El edificio de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) se encuentra a unos metros del Monumento a la Revolución. La mole gigantesca donde se encuentran los restos de Cárdenas, Calles, Carranza, y Madero, fue proyectada por el gobierno de Porfirio Díaz para ser el Palacio Legislativo, pero no se concluyó por falta de recursos, y años después se decidió transformar el inmueble en mausoleo. Vicente Lombardo Toledano pensó a la CTM como una central obrera que unificara al proletariado, independiente de cualquier partido político y del Gobierno Federal; sin embargo, como dice Luis Bernal (Vicente Lombardo Toledano y Miguel Alemán una bifurcación de la revolución Mexicana. Centro de Estudios e Investigación para el desarrollo Social. Facultad de Filosofía y Letras, 1994), “su visión y su tradición de lucha respondían a otros intereses, un poco de élite sindical, en este proceso reflejarían una actitud que tiempo después se iría acentuando: la de formar una especie de aristocracia obrera”.
La Plaza de la República, que es donde se encuentran estos edificios, está a unos cuadras de Reforma e Insurgentes, paralizar el DF es sencillo desde ahí, pensé que ocurriría a la muerte del oligarca Fidel Velázquez, la ciudad y el país un caos cuando millones de obreros se lanzaran a las calles para honrar a su líder, la última demostración del brazo duro del señor de las ininteligibles conferencias de los lunes. Era junio del 97, era sábado, esperaba la aparición del contingente multitudinario, que la masa obrera inundara las calles y… nada, Zedillo le dedicó unos cuántos “don Fidel” en su alocución solidaria de menos de una cuartilla; pasaron las semanas; Rodríguez Alcaine lo sustituyó, pidió hermanas a los reporteros, falleció, tampoco se llenaron las calles de obreros compungidos; llegó al poder Joaquín Gamboa Pascoe y ahí está.
En 1976, metralleta en mano, Carlos Jonguitud Barrios se apropió de la dirigencia del SNTE, estuvo al frente de ese sindicato más de una década, también fue diputado, senador y gobernador de San Luis Potosí. Hasta que fue destituido en 1989; a algunos les gusta recordar ese momento como la “revolución magisterial”, lo cierto es que Carlos Salinas de Gortari aprovechó la oportunidad para arrancar esa cabeza y colocar otra, la de Elba Esther Gordillo. Las crónicas periodísticas de ese entonces hablan de las victorias de los maestros: aumento salarial de 25 por ciento, bono económico y deshacerse de Jonguitud Barrios, al parecer nadie llora la ausencia de ese charro.
El arranque de memoria fue provocado por los textos del director de La Jornada Aguascalientes, Jorge Álvarez Máynez, quien en su columna (Uno de estos días, marzo 15 y 22) ha hecho referencia a Elba Esther Gordillo y a la preocupación de la dirigente por la forma en que será recordada. Sé que ese no ha sido el tema principal de los textos, que hay una invitación a debatir la Alianza por la Calidad Educativa, entre otros asuntos del modelo educativo; que a la pregunta sobre la memoria histórica, Germán Castro (A lomo de palabra, marzo 22) apuesta a que recordamos personajes, a que el recuerdo de la dirigente será la abstracción final que se haga del balance entre sus acciones e intenciones. Para mí ese es el tema.
Las imágenes del tránsito sereno de Fidel Velázquez y la disolución en el olvido de Jonguitud me dejan claro que no somos un país que recuerde instituciones, vivimos a la sombra de los charros más que de las organizaciones. Si las calles no se llenaron de obreros melancólicos es porque no les ha importado, las burocracias no tienen memoria, sólo hambre de privilegios. Es simple culpar a los líderes sindicales de la enorme corrupción, así nos sacudimos la responsabilidad.
Sí, dirigentes como Elba Esther Gordillo son culpables de muchas cosas, algunas de ellas seguramente son buenas, pero que señalar al villano favorito no haga perder de vista que atrás del poder de negociación de todo dirigente, está el conformismo de los agremiados, el silencio con que se acecha el anuncio del aumento el 15 de mayo, el mutismo sobre los sueldos que recibe la burocracia sindical que ni en defensa propia ha dado clases, así se justifican los despilfarros de la celebración del día del maestro con conciertos en el Estadio Victoria, o las reuniones sindicales con que cancelan las clases los días viernes en las primarias, también el aguinaldo de tres meses, entre muchos otros triunfos del movimiento magisterial. Es fácil tener un chivo expiatorio, así el titular del Instituto de Educación de Aguascalientes, ante las observaciones de la auditoría puede decir que “son acuerdos que se dan en la cúpula”, siempre habrá alguien más arriba a quién culpar.
La historia es un ejercicio de memoria en dos vías, una que se mueve a gran velocidad y se ocupa de lo inmediato: el periódico de ayer, la noticia de hoy, la otra es el recorrido de un camino más largo, a paso sereno, donde el análisis a profundidad es indispensable, donde el recuerdo requiere un tratamiento amoroso, como la amistad que Horacio profesa por Hamlet, al grado que lo impulsa a morir junto a él.
Hamlet moribundo le suplica que le sobreviva, dos veces se lo pide: “Muero, Horacio, tú vive; explica mi conducta y justifícame a los ojos de los que de mí duden” y “Si en el fondo del pecho alguna vez me acogiste, auséntate un tiempo de la dicha, y en este mundo cruel exhala con dolor tu aliento para contar mi historia”. Así lo hará Horacio.
En lo inmediato, nuestros líderes sindicales son pensados con vergüenza ajena, allá arriba. Mi apuesta es que la hoy líder vitalicia del SNTE no será recordada, no habrá un Horacio que nos cuente su historia.
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