El avance de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información ha provocado el surgimiento de una sociedad mundial que se erige como sustento de la globalización, situación que a estas alturas se ve como algo irreversible.
Resulta un grave error entender la globalización solamente como un proceso de eliminación de barreras al comercio en dónde un esquema desregulador es la panacea de todos los problemas económicos, ya que podríamos llegar a pensar que el neoliberalismo es algo irreversible, afirmación que encuentra su antítesis en el actual estado de cosas.
La crisis financiera global es sólo un elemento que se suma a la contradicción que se ha venido gestando en contra del discurso apologista de los defensores a ultranza del libre mercado. Resurgimiento de expresiones nacionalistas y la creación de bloques económicos regionales competitivos y excluyentes entre sí, son sólo algunos de esos elementos que se presentan como obstáculos al proceso económicamente homogeneizante.
Actualmente, el principal referente de ese modelo homogeneizante, la Unión Europea, enfrenta grandes retos en su proceso de integración: el surgimiento de un movimiento obrero que pugna por un nacionalismo económico, la incapacidad de implementar la unión monetaria, medidas proteccionistas por parte de los gobiernos, el euro escepticismo de la presidencia en turno, entre otras cosas. Ello da lugar a que, en el aun no ratificado Tratado de Lisboa, se contemple el mecanismo de retiro de la unión por parte del país que así lo desee.
Es necesario pues que, una vez superada la crisis financiera global, se haya reconfigurado el modelo de integración a nivel mundial para poder hacer frente a los retos que presenta la gestación de esa sociedad mundial. En este sentido, la cooperación internacional, más que dádivas o limosna de los países desarrollados hacia los subdesarrollados, debe erigirse como un eje de funcionamiento del sistema mundial y una conditio sine qua non para lograr una verdadera integración.
En diciembre de 2007 la Cámara alta aprobó el dictamen de la Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo (CID), mismo que turnó a la Cámara de Diputados, dónde se mandó, sin justificación alguna, a la congeladora. Este proyecto reconoce el doble papel de México como donante y receptor de CID y la activa participación de entidades federativas y municipios en esta materia.
La ley propone la creación de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID), la cuál tendrá, además de otras funciones, la de celebrar convenios con las entidades federativas para llevar a cabo actividades de CID, y en cuyo consejo consultivo se encontrará un representante de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO) con derecho a voz y voto.
La cooperación internacional en forma pecuniaria es algo que queda en segundo término en estos momentos; sin embargo, la cooperación para actuar y hacer frente a la crisis es algo que pueden realizar las entidades federativas no sólo en el marco de la CONAGO, sino también con gobiernos locales extranjeros.
Las actividades en el exterior no están reservadas para la Federación, y los gobiernos locales pueden mantener contacto directo con sus pares en el extranjero para intercambiar ideas y maneras de acción ante el escenario tan adverso que actualmente nos afecta. Éstas son las cosas que pueden hacer que los hermanamientos o las giras en el exterior pasen de ser mera demagogia y turismo de los políticos, a cuestiones que beneficien al grueso de la población y hagan palpables los beneficios de vivir en un mundo que sufre un proceso irreversible de globalización.