No gustó nada a los compinches de Felipe Calderón la comparación que hiciera Barack Obama de su homólogo mexicano con el policía de Chicago que en 1932 logró encarcelar al ícono de la mafia norteamericana Al Capone. La analogía que el presidente de Estados Unidos hizo del mandatario mexicano desató múltiples comentarios de la clase política, que interpretó tal comparación como un agravio a la figura presidencial en momentos en que el gobierno norteamericano, en voz de Hilary Clinton, ha reconocido la corresponsabilidad de las dos naciones en el combate al narcotráfico. Los líderes de las bancadas del PAN y PRI en la Cámara de Diputados manifestaron su desacuerdo con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, porque éste comparó a Felipe Calderón con el famoso agente Eliot Ness.
Desafortunado o no, el comentario de Barack Obama no es producto de la ocurrencia de un hombre de color o un acto de ignorancia de un pobre presidente que no sabe lo que dice, a pesar de los calificativos que Hugo Chávez le ha endilgado al mandatario norteamericano. Nadie ignora que un jefe de Estado ejerce funciones más elevadas que las que realiza un simple policía. En un Estado fallido, ya quisiéramos los mexicanos que el presidente usurpador actuara como el investigador egresado de la Universidad de Chicago que intervino los teléfonos de las mafias de Chicago para encarcelar a Al Capone por evasión de impuestos y contrabando de alcohol en tiempos de la ley seca norteamericana. Un presidente fallido que ha perdido la guerra con el crimen organizado no alcanza siquiera el nivel de policía en grado de tentativa. La defensa a ultranza que las bancadas del PRIÁN han hecho del jefe del Estado fallido, sólo se explica desde los intereses que cada grupo ha creado al interior de las mafias que controlan el crimen organizado en el país. Cada quién defiende a su cártel favorito y cada quien opera sus propias corporaciones policíacas, atrapados en redes de intereses que jamás podrán romperse en la lógica del mercado y las jugosas ganancias generadas por las cadenas de bienes y servicios que la narco economía ha levantado en el último siglo.
Rasgarse las vestiduras en medio de la tragedia nacional de una guerra perdida contra el crimen organizado, para defender la triste figura de un jefe de Estado que ha fallado en sus funciones, equivale al reconocimiento de la ineficacia e incompetencia de un Estado Policíaco Militarizado que sostiene con alfileres la seguridad pública como una prioridad nacional por encima de la seguridad social, que el gobierno mexicano ha trasladado a un segundo plano por así convenir a sus intereses. Millones de mexicanos se darían de santos, si el presidente usurpador fuera del grupo de “Los Intocables” por los sobornos y la corrupción de las mafias que despachan en los Pinos y en San Lázaro. Quién sostiene entonces las riendas de un Estado fallido con una policía fallida y sus tres poderes fallidos… Muchos tienen la respuesta: los militares.