Crónica de un picnic anunciado - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Los diputados apenas comenzaban a llegar a la cita, y el general ya estaba allí. Puntual, sereno, confiado. Esperaba en la pequeña salita de estar, contigua a la entrada del salón Aquiles Elorduy García. Y aún cuando era él dueño del banquillo de los acusados, los legisladores lo saludaron respetuosamente, uno a uno fueron pasando frente a Rolando Hidalgo Eddy, quien respondió firme a cada estrechón de manos.

A esas alturas, los diputados no se imaginaban que la posición en el banquillo iba a cambiar. Y muy pronto.

Fieles a su costumbre, la ‘encerrona’ con Hidalgo Eddy comenzó tarde, aunque sólo unos minutos. Tras las puertas, dejaron a una nube de reporteros, fotógrafos y camarógrafos que se quedaron a hacer lo que mejor se puede hacer en un caso así: especular.

Las hipótesis iban y venían. Algunos juraban por su madrecita santa que en la mañana, antes de la cita con los diputados, el general había puesto frente a los empresarios un documento a manera de renuncia (luego nos enteraríamos que era el mismo texto que le leyó a los diputados), pero en el que condicionaba su salida a que le tomaran ésta de inmediato; a que quien lo tronara fuera el que diera las explicaciones a la prensa y; que luego tomase posesión del puesto vacante.

“Me voy, pero me quedo”, ironizaba un reportero.

Otros especulaban con la posibilidad de que el general no sólo no pondría su renuncia en la mesa, sino que ni siquiera habría de disculparse. La mayoría de los chismosos en turno coincidieron con la versión.

Mientras tanto, un grupo de mujeres, con cartoncitos fluorescentes, se plantaban frente a las oficinas del Congreso, haciendo una muy silenciosa manifestación, en la que prácticamente la única petición era las cabezas de Fernando Palomino Topete y de Roberto Padilla. Doña Martha, una de las quejosas, simplemente dijo: “Estamos hartas de que esto diputados huevones nomás se la pasen bloqueando todo lo bueno que hay. Nosotras no queremos que se vaya el general. Lo queremos aquí”.

Luego nos enteraríamos que por medio de una estación de radio se había hecho esa especie de convocatoria para “apoyar” a Hidalgo Eddy, lo que sólo sirvió para que un camarógrafo dijera en tono de burla: “Pobre gente. No saben a quién están apoyando en realidad”.

Fue entonces que Fernando Alférez Barbosa llegó al lugar, elegantemente ataviado con traje, camisa y corbata, a lo que alguien reaccionó oportunamente: “Cuando Alférez anda de traje, algo trama”.


Y no se equivocaba.

Bajo el brazo llevaba dos carteles. En uno de ellos, la fotografía de un hombre que dijo haber sido víctima de vejaciones propinadas por policías estatales, en el otro, una fotografía de Eugenio Hidalgo Eddy, con un fotomontaje que le clocaba un bigotito al estilo de Adolfo Hitler, y al fondo una esvástica. Todos los reporteros lo seguimos de regreso a las puertas del salón Aquiles Elorduy, en donde, sin inmutarse, Alférez pegó con cinta adhesiva ambos pósters en la puerta. Algunos disentían con la cabeza, otros murmuraban, otros festejaban la ocurrencia, pero para nadie fue inadvertido el hecho.

“El general sólo se ha dedicado a vejar a la gente que cae en sus manos, y no hemos visto efectividad en sus acciones. En esta ocasión ha sido el Congreso del Estado otra de sus víctimas, ¿qué tendremos que esperar después?”, se preguntaba Alférez, al tiempo que, discretamente, el secretario general del Congreso, Miguel Ángel Juárez Frías, se le acercó al conocido personaje y, en voz baja, le dijo: “no seas gacho. Quita esos pósters de la puerta. Le estás faltando al respeto al Congreso”.

Alférez reaccionó. Posó por última vez ante sus dos pósters, lanzó una nueva arenga contra las acciones de Hidalgo Eddy, despegó sus carteles y se fue.

Pasaron otros minutos y de repente, sin advertencia alguna, el general Eugenio Rolando Hidalgo Eddy salió intempestivamente del salón Aquiles. Los reporteros ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar, y cuando lo hicieron, el general ya iba a medio pasillo, diciendo que se sentía muy bien. “Muy satisfecho. Muy contento”.

Luego sabríamos por qué.

Veinte minutos después, se permitió el acceso a la prensa, que entró en tropel al salón. Al fondo, muy sentaditos, con caras largas, aguardaban los diputados. Mientras todos nos acomodábamos en el lugar, las bromas que le lanzaban ya algunos reporteros a los legisladores no eran correspondidas con entusiasmo.

Muy pronto sabríamos por qué.

La voz le sonaba diferente a Fernando Palomino Topete. Sus ademanes eran distintos. “El Congreso del Estado considera que no fue satisfactoria la comparecencia del general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, pues no nos permitió siquiera cuestionarlo, pues al terminar la lectura de su informe se levantó y se fue. Por eso, vamos a exigirle al gobernador una interlocución directa y urgente, porque es claro que con su secretario de seguridad no se puede”.

Mientras Fernando Palomino seguía, una reportera se inclinó al hombro de su compañero y le murmuró en tono de burla: “¿ves…? te dije que iba a ser puro cotorreo… me debes los tacos”.


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