En reiteradas ocasiones en la historia reciente de México, los jefes del Ejecutivo federal han mostrado una mayor preocupación por conseguir el reconocimiento y beneplácito de los gobiernos de Estados Unidos, que por lo que la sociedad mexicana pueda pensar sobre su accionar y su capacidad para dirigir los destinos del país.
Y en ese esquema se encuentra la administración de Felipe Calderón, que se sobrecoge cuando funcionarios de cualquier nivel del gobierno de Obama cuestionan y enjuician su falta de pericia para encabezar los esfuerzos del “vecino distante”, al cual han vuelto a posicionar ante su sociedad, como el culpable de muchos males de la sociedad estadunidense.
La relación México-Estados Unidos siempre ha sido tormentosa, y las aristas de este problema sin soluciones, son cada vez más y más. Lastimosamente muchos pensaron que el triunfo del Partido Demócrata en la elección del 4 de noviembre próximo pasado, daría un mejor escenario de recomposición a la maltrecha relación de estos países, que comparten una frontera de más de 3 mil kilómetros; pero la verdad, la luna de miel terminó demasiado pronto y las diferencias y desencuentros se acumulan rápidamente.
Los problemas sin resolver ya son numerosos, y van desde la necesidad de una reforma migratoria, pasando por el reconocimiento o no de la lucha que libra el Estado mexicano contra el narcotráfico y la delincuencia organizada; el bloqueo al paso de los camiones mexicanos en la zona fronteriza; el aumento arancelario a 90 productos norteamericanos, por parte de las autoridades mexicanas; el tráfico de armas de Estados Unidos a México, siempre en poder de la delincuencia organizada, etc.
Sin lugar a dudas, que Calderón y su gabinete están pagando su novatez, en asuntos de la diplomacia internacional, y también están cargando con la debilidad que le heredó Fox, que se encargó de desaparecer, en seis años, todo el prestigio del trabajo internacional de México, reduciéndolo a prácticamente nada.
Por lo que respecta a los norteamericanos, también se aprecia que no saben qué hacer con la relación bilateral, ya que un día dicen una cosa y al siguiente dicen lo contrario, son capaces de culpar de todos los males a sus vecinos del sur, e inmediatamente se ofrecen a ser los mejores aliados, y ser corresponsables en la solución de los asuntos comunes.
Pero lo realmente preocupante de todo esto, es que ninguno de los dos gobiernos tiene una perspectiva clara de cómo llevar la relación. Y tristemente, esto parece que será la constante en los años por venir, cuando menos hasta que los “americanos”, resuelvan el entuerto económico financiero, que desestabilizó a todo el mundo, y que ellos provocaron.
La visita de Hillary Clinton demostró de manera fehaciente que existe un impulso desmesurado del gobierno de Calderón, por ser reconocido en sus esfuerzos, y denotó que tanto los encargados de la política exterior como los de la política interior de México, no ubican a la secretaria de Estado del gobierno de Estados Unidos, como lo que realmente es, una clara representante del establishment norteamericano, que siempre han considerado a México, como su traspatio.
Para la clase política a la que pertenece la señora Clinton, su vecino del sur es un socio comercial al cual se le pueden hacer todo tipo de trapacerías; es su aliado, que no está en el mismo nivel que ellos, y no tiene los mismos derechos, aunque sí las mismas responsabilidades; y es un amigo, al que se recuerda siempre que a ellos les convengan, y en tanto éste no los busque. (Pero al que siempre recuerda, porque aquí pasó su luna de miel).
Ahora le tocará el turno al presidente Obama, que vendrá a brindar su apoyo irrestricto a la lucha del pueblo mexicano contra el narcotráfico y la delincuencia organizada, pero que no es capaz de detener a los grandes capos de la distribución de la droga en Estados Unidos; dirá que es necesaria la reforma migratoria que demanda el pueblo mexicano, pero no pondrá ningún plazo para la realización de la misma; y que lamenta mucho el tráfico de armamento de su país a México, pero que es un tema muy delicado para una sociedad con una tradición belicista. Al igual que sus antecesores, Obama se mostrará consternado por las más de 10 mil muertes en lo que va de la administración de Calderón, vinculadas a la delincuencia organizada, pero no hará nada por detener el lavado de dinero de los narcotraficantes en los bancos de su país.
Felipe Calderón escuchará de su homólogo norteamericano, que México no es un Estado fallido, y se mostrará feliz de escucharlo, pero lamentablemente para él, ni Obama, ni los miembros de la administración del presidente 44 de los Estados Unidos, votarán el próximo 5 de julio; y muchos de los que si votarán ese día, tal vez no tengan claro lo que significa un Estado fallido, pero sí saben que Calderón y su administración han fracasado en mantener una sociedad justa y viable, una sociedad en la que sus ciudadanos tengan la oportunidad de que sus derechos se respeten, de estar protegidos. Que el gobierno federal no tiene control físico sobre todo su territorio y carece del monopolio de la fuerza. En conclusión Estado fallido.
A fin de cuentas, la historia de la relación bilateral México-Estados Unidos, se condensa en una situación muy simple, diferente manera de ver las cosas.