Los jóvenes del país que hoy tienen 29 años o menos, no han conocido otra realidad económica, política y social que no esté marcada por las crisis. Su experiencia vital ha sido acompañada, más que por la esperanza y las expectativas de un mejor futuro, ha sido opacada por los signos ominosos de los conflictos y los trances de una sociedad anómica y en descomposición y que no ha sabido valorar su entusiasmo y sus ideas. Los baños de realidad han cancelado su porvenir y metafóricamente los han asesinado, pues su futuro no es vida, vida digna y llevadera.
Todos ellos crecieron a la sombra de los acontecimientos del conflicto estudiantil de 1968 y el “halconazo” del 10 de junio de 1971; de la aparición de la guerrilla urbana, del populismo fascista y la devaluación del peso del régimen echeverrista, mismos hechos que hicieron posible la posibilidad de un golpe de Estado; conocieron y vivieron la frívola, narcisista, donjuanesca, fichera, trágica y desastrosa era lopezportillista (vulgar caricatura de la serpiente emplumada; los adjetivos se imponen por sí solos); adolescentes y jóvenes que sobrevivieron a la grisura, la pasmosa estulticia inmovilizadora en el terremoto del 85, el autismo y la depredadora entronización del neoliberalismo de Miguel en la Madrid; padecieron el dogmatismo ortodoxo, macroeconómico y cínico del globalifílico Don Neto Zedillo; niños, adolescentes y jóvenes que padecieron la peor decepción política mexicana en el siglo ventiuno (es decir, no habrá ningún otro presidente de la República Mexicana que de aquí a 2099 supere a Vicente Fox en ineptitud y estupidez); niños, adolescentes, jóvenes y adultos que vivimos las consecuencias de un presidente impuesto bajo la incuestionable sospecha del fraude electoral, cuyas manos limpias y promesas de empleo resultaron ser mas falsas que la santidad y virginidad del Padre Maciel, el “salvador” de México que en su haber tiene más miles de desempleados y miles de muertos que el levantamiento social de los zapatistas de 1994 y el plantón de Andrés Manuel en 2006. ¿Catastrofistas o no, habrá alguien que honestamente pueda afirmar que estos hechos son vida, esperanza o porvenir para los jóvenes de nuestro país?
El sábado pasado tuve la oportunidad de escuchar las ideas y los planteamientos de agenda legislativa de cuatro amigos (Sinú Romo, Adán Baca Morales, Bonifacio Barba Casillas y Jorge Álvarez Máynez), todos ellos profesionales serios y comprometidos social y políticamente desde su ámbito con el desarrollo democrático e integral de nuestro país, y cuyos diagnósticos temáticos coincidieron en la importancia intrínseca, fundamental e imprescindible que tienen para nuestro desarrollo como comunidad: trascender la democracia electorera hacia una democracia de participación ciudadana, para lo cual se requiere la construcción de ciudadanía con la participación política de los jóvenes, la generación de políticas públicas transversales (económicas, laborales, educativas y culturales) para y con los jóvenes, en el marco incondicional de su estatuto de ciudadanos en el goce de todos sus derechos.
Como conclusión de ese enriquecedor diálogo, en el que hubo oportunidad de escuchar también la opinión de otros interlocutores, me queda claro que si queremos una democracia ciudadana, es necesario construir ciudadanía, tarea en la cual la voz y la participación de los jóvenes y las mujeres resulta necesariamente imprescindible, pues es a ellos y a ellas a quienes pertenece el futuro. Estamos obligados, si queremos ser justos y solidarios, a ofrecerles un futuro digno y decoroso, no el lastre de un presente eterno lleno de pobreza, desigualdad social, conformismo y antidemocracia. Si no cambiamos ellos y nosotros, si no transformamos la demagogia en democracia, no habrá porvenir para ellos.