Cambio de vías - LJA Aguascalientes
03/07/2024

Hablar de clásicos, de tradición, de modelos, es entrar en el mundo de los estereotipos que desde las palabras se han forjado para decirnos cómo se debe ser, ser buen hijo, o buen padre, buena hija o buena madre, buen ciudadano, mal individuo, cómo ser mujer, cómo ser hombre. La mujer no nace, se hace, decía Simonne de Behauvoir; sí, eso ahora pero ¿antes?, ¿qué se decía? De los viejos textos tomemos por ejemplo de La Iliada y La Odisea a Penélope quien espera paciente (y sumisa y pasiva por cierto) a su marido Odiseo quien, por fin, regresa del viaje terminando todo en final feliz. No así la historia de Helena quien, por infiel, desata la guerra de Troya. De todo esto, la moraleja es: las mujeres deben ser buenas y fieles, los hombres valientes, guerreros, se les permite ser sanguinarios, pueden no ser castos.Y siguiendo con los textos, por ejemplo el de la Biblia, tomemos el mandamiento “no desearás a la mujer de tu prójimo” donde queda claro que “ella” era objeto y pertenencia y la ley, lo único que hace es promulgar un edicto para conservar la concordia entre vecinos. Otro ejemplo Las mil y una noches donde Scherazade, símbolo absoluto de sensualidad, se mantiene viva gracias al don de crear y contar cuentos; el sultán es el todopoderoso, quien decide si vive o no, si la princesa merece amanecer o no, claro, previa toma de posesión del cuerpo del delito, a menos que sea ella lo suficientemente audaz y temeraria para retarle con su intelecto y mantener su atención noche tras noche. Y de los italianos ejemplifiquemos a Bocaccio en el Decamerón, quien premia a las mujeres fieles y castiga a las adúlteras, aunque cabe reconocer que a veces ellas triunfan debido a su ingenio, situación parecida a la de Scherazade . O de los cuentos de Canterbury por ejemplo el de “La comadre de Bath” donde satiriza a las mujeres y previene a los varones contra las argucias de ellas. Y resulta muy interesante que de estos ejemplos, los personajes son mujeres adúlteras pero no existen relatos de los varones adúlteros. 

Y es que los papeles clásicos asignados por la tradición en la literatura se quedan en la memoria. Tomemos ahora de ejemplo el siglo diecinueve que signó a las mujeres como musas, madres y amadas, o putas, adúlteras o locas, los tres modelos femeninos por excelencia con Madame Bovary, Ana Karenina y Anita Ozores. Plumas masculinas que describen modelos a seguir. 

Se ha discutido mucho si el sexo del autor condiciona sus escritos. Una forma de demostrarlo puede ser el tema abordado, la circunstancia que desata el relato o cómo se abordan las escenas eróticas. Si se contrastan las obras de tres escritores (Maupassant, Miller y Manuel Hidalgo) contra tres escritoras (Colette, Anaïs Nin y Almudena Grandes) se puede percibir y quizá hasta concluir que los autores son más visuales y descriptivos, y ellas, más sensuales y plásticas; los psicólogos explicarían que esto es dado porque los hombres cuentan lo que ven y las mujeres lo que sienten. 

Y así diversas autoras contemporáneas desde Virginia Wolf, Lucy Irrigaría, Helena Cixous, Rosa Montero, Francesca Gargallo, Lucía Etxebarria o Doris Lessing (premio nobel de literatura 2007) con palabras más o palabras menos, afirman que “a la tradición literaria de las mujeres le corresponde una subversión tanto literaria como política”; es decir, escribirse a sí mismas a fin de encontrar la propia imagen y no la imagen fantasaeada por las manos e imaginación masculina; es decir, crear una subversión que conlleve a romper con las funciones de objeto literario que concedió la sociedad patriarcal a la mujer. Es muy oportuno citar una declaración de Elfriede Jelinek, (Premio Nóbel de Literatura 2004), tomada de una entrevista que le hizo el periodista mexicano Miguel Ángel Quemain: “El que oprime tiene que mentir para mantenerse en el poder mientras que el oprimido dice la verdad y es el que crea el mundo con sus manos”. 

Aunque esto no es tan sencillo de hacerlo realidad, ya que sucede que las escritoras son infravaloradas por la tradición en comparación a sus contemporáneos masculinos. Y así se puede enlistar por ejemplo binomios como Chacel con Cela, Joyce con Wolf o Stein, Stevenson con Austen, Galdós con Pardo Bazán, Capote con McCullers, inclusive Sartre con Behavoir, Juan Luis Guzmán con Nelly Campobello o Rulfo con Helena Garro en donde, sin duda, ellas salen perdiendo pues los prejuicios existen sobre la literatura femenina a tal grado que la equiparan a un tipo de subliteratura. Y es que a la mujer siempre se le ve primero como mujer y después pinta, esculpe o escribe, de entrada no se le ve como un ser creativo. 

En las letras abundan personajes femeninos creados por la literatura masculina: la abandonada, la rechazada o la diabólica, discriminación pertrechada tras el discurso paternalista implícito en la literatura que pondera tanto defectos o virtudes femeninas como la belleza, la modestia, la bondad, la ternura y dicen todo esto para convencernos de que estamos actuando; ahí se han quedado como banderas que marcan la conquista de un territorio; sin embargo, las situaciones avanzan y cambian y en el siglo veinte, las plumas de mujeres se desatan para aportar nuevos tipos que ya no encajan en la camisa de fuerza obligada por el mandato genérico existente, aun cuando se mantenga en el inconciente colectivo. Y así las “personajas” ya no son estereotipadas por la belleza, la elegancia o la sumisión, ni tampoco se caracterizan por ser amazonas, prostitutas o arpías. Quien describe descubre, y hoy por hoy, las autoras describen diversas formas del actuar femenino que incluyen en su haber, diversas circunstancias como edad, posición social, opción sexual y hasta opción religiosa o política, incluso se podría decir que se trata de arquetipos que pueblan el imaginario social actual. 

Y así tenemos a una Carmen contrastante a la famosa heroína de opera, quien ahora es una mujer ama de casa que, aunque cree haber elegido la vida que la haría feliz, no lo es pues descubre que fue adoctrinada para “creer” que la felicidad radica en la domesticidad de un hogar tipo familia feliz kodak; o una flor ya sea Azucena, Margarita o Rosa, quien siendo una alta ejecutiva de brillante carrera, posee una vida personal gris al estilo de cualquier ejecutivo varón o una Patricia o Cristina, la más libre y feliz en apariencia, camarera o estudiante promiscua, según ella misma se define, pero marcada por el peso de un desamor reciente del cual nos queda la duda si fue un él o ella. Falta papel para describir a las nuevas heroínas muy lejanas de aquellas que, alimentadas por cuentos de princesas, anhelaban a su príncipe para ser rescatadas de lo que fuera, desde brujas, pasando por dragones o hasta de un salario mínimo o un desempleo Y así cada una intenta buscar la felicidad como la Dolores descrita por la obra de teatro de David Olguín, quien a su vez tiene muchas Lolas internas como es la vida de una individua o individuo(al fin igual a ellos), signados ambos por la velocidad de la vida que conlleva a su vez en múltiples facetas y etapas. Y de igual forma, todas ellas y ellos pueden inclusive llegar a utilizar artificios para entender la vida y sus resacas, pudiendo ampararse bajo el resguardo de tranquilizantes u otro tipo de drogas como puede ser el amor, la compra compulsiva, el workalcoholismo, el deporte, la academia, el arte, el dinero, o el poder.  

Hoy se habla de lo prohibido apenas hace unos años, donde una ella bien plantada deja todo gustosamente para divorciarse y ocuparse de sí antes que la vida se acabe, aun cuando deba pagar con algunos momentos de desgracia o crisis, ya no para salir corriendo tras un amante más joven (¿fantasía estereotipada?), sino quizá para perseguir el sueño de conquistar la Concagua; o escuchar a las jóvenes tatuadas platicando de sus vivencias o aventuras a la salida de un bar, o quizá de la mujer madura, víctima a su vez de la obsesión de la sociedad por la juventud perpetua. Y así empiezan a surgir otros personajes más ambivalentes e inclasificables, como Leonor, que lucha tanto contra los modelos impuestos por su educación como contra aquellos que quiere imponerle la comunidad gay o una Sandra que dejó de ser pequeña para poder viajar a otro mundo donde las alas puedan extenderse por fin en toda su amplitud sin por eso tener que ser un ángel caído del cielo, sino más bien alguien sin molde a seguir, alguien por crearse a sí misma en el reto diario sin la carga de una continuación eterna de un pasado eterno y asfixiante.  

Y así ahora, gracias a la desbandada de palabras creadas por autoras, se puede hablar más libremente de la imagen cada vez más desdibujada de lo que se entendía por mujer, para ser reemplazada por humanas que a través de sus historias, relatan los cambios que están sucediéndose. 



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