Simplemente lean estos magníficos relatos, primero por placer, y no los lean demasiado deprisa. Cuanto más se detengan en ellos, más releerán, más experimentarán a pesar de la distancia y el tiempo
(Richard Ford, introducción a Cuentos Imprescindibles de Chéjov)
A principio de año siempre se da un momento, un día o dos, en que aún no existimos plenamente, detenidos entre el pasado, lo bueno y lo malo de los 365 días que dejamos atrás, y la esperanza. Un momento en que se repasan los libros leídos durante el año anterior y, lamentable, se hace una lista también de todo lo que faltó.
Hermanocerdo (así todo junto, disponible en http://hermanocerdo.anarchyweb.org) convocó, durante diciembre a escritores, críticos y lectores en general a que enviaran sus lecturas del 2008 con tres premisas muy sencillas: “(1) Responder a la pregunta ¿Cuáles fueron tus lecturas favoritas de 2008? Un par de recomendaciones detalladas mejor que una lista de los mil libros leídos. (2) No es necesario que sean novedades. No es necesario que sea narrativa. Todo vale.
(3) Recibimos desde un párrafo hasta el tratado crítico último de 2008. En general preferimos recomendaciones a resúmenes. Lo que queremos, sobre todo, es entusiasmo”.
Setenta participaciones (cerraron el uno de enero) y cinco mil hits, un número considerable, después lo que queda es una lista de propósitos de lectura para el año que viene. Valgan cinco recomendaciones que de ya están en la lista de libros a leer en este 2009. Van pues, literales con quien las recomienda.
1) Enrique Vila Matas: El último libro que he leído y que, por cierto, me ha interesado enormemente ha sido “Mis dos mundos” (Candaya, 2008) de Sergio Chejfec. Chejfec es un escritor argentino (Buenos Aires 1956), tal vez no muy conocido, pero autor de libros tan recomendables como “Los incompletos” (Alfaguara 2004). En “Mis dos mundos” desarrolla la crónica de un paseante, de un caminador, en la línea de Walser, Magris o Sebald. Incorpora un sorprendente humor dentro de la densidad germánica de una historia casi inmóvil en la que cuenta básicamente la reflexión sobre el desconcierto general de un viajero extraviado, inteligente y con buena disposición (a todas luces inútil) para acoplarse en un mundo que no parece hecho para él.
2) Mauricio Montiel Figueiras: “El secreto de Christine” y “El otro nombre de Laura” confirman –como si hiciera falta confirmarlo a estas alturas– que la escritura de John Banville es una de las cimas más diáfanas y sobrecogedoras de la novela contemporánea en lengua inglesa. Oculto tras el efectivo disfraz literario de Benjamin Black –como para duplicar la B de su apellido–, Banville viaja al Dublín de los años cincuenta, el que le tocó vivir en su niñez, para emprender una reconstrucción histórica y urbana en la que se hace acompañar por Quirke, un patólogo devoto del alcohol y vuelto detective accidental cuyo nombre lleva una condena de rareza y singularidad.
3) Junot Diaz: El libro que más me perturbó, conmovió y perduró en mi memoria este año fue “I Haven’t Dreamed to Flying for a While”, de Taichi Yamada. Yamada es uno de mis autores japoneses favoritos y esta es su obra maestra. ¡Dios mío, qué historia de amor! ¡Dios mío, qué historia de fantasmas! Yamada nos demuestra lo pequeña que es la diferencia entre ambos tipos de tramas. Me gustaría poder leer este libro de nuevo por primera vez; así es de bueno.
4) David Miklos: Lo que más disfruté fue lo menos literario que leí: siete novelas del irlandés John Connolly (1968), seis de ellas protagonizadas por el detective de Portland, Maine, Charlie “Bird” Parker. La que más me gustó de la serie fue “The Black Angel” (2005; traducida y publicada bajo el sello de Tusquets en 2007).
5) Sergio Chejfec: El árbol de mango / es inmortal / y no necesita de lo humano. Son tres versos de un poema del venezolano Igor Barreto, que pertenecen a un poemario de varios años atrás, llamado “Tierranegra”, repuestos hace pocos meses en una bella antología de su obra, llamada del mismo modo”. Ya desde estos títulos, vemos que Barreto no le teme a las repeticiones. Y es justamente así, porque tanto la curiosidad poética como cierta amargura de manos vacías se reparten a lo largo de sus textos visitando esencialmente dos zonas para él yuxtapuestas: el pasado y la geografía.
Dos visiones en la calle Donceles
Pasar la última tarde del año entre libros viejos, buscando algunos y encontrando otros puede ser una experiencia única. Y más si el deleite se ve interrumpido por dos imágenes inesperadas pero no por ello menos deseadas.
Visión primera: Ella, como de unos veinte años, sentada en un banco bajo, ojeando viejas revistas de cuando ni ella, ni probablemente sus padres, habían nacido aún. Entre los tres tomos de “Los orígenes de la novela” de Menéndez Pelayo y ella, ganaba ella que merecía ser mirada y mirada de nuevo, observada mientras su respiración y su lectura acompasada levantaban sus senos de ese modo que sólo puede ser adjetivado milagroso. De aquella librería salí con “When she was good” de Philip Roth.
Visión segunda: Su postura, inclinada, demasiado inclinada, impedía deducir su edad. Un viejo Shakespeare completo, ilustrado y demasiado caro, y ella buscando viejas novelas de Agata Christie. Dormir juntos, leer juntos y, tal vez, en la mañana resolverle el misterio sobre el que ella cansada habría caído dormida. En mi bolsa, otra más, “La niña del pelo raro” y “Algo divertido que jamás volveré a hacer” de David Foster Wallace.
Hasta lo que uno compra, lo que uno lee, es, sin querer o queriendo inconsciente, homenaje.
Banda sonora
Y después cuando anochezca, / si esperas al final, / voy a darte un beso de verdad, / donde acaba el arco iris / y empieza lo demás. / Si te vienes es donde quiero estar. // Donde empieza el infinito y acaba la espiral, / si te vienes es donde quiero estar. (“El espíritu de la Navidad”, Los Planetas).