El plan anticrisis del gobierno mexicano, anunciado con bombo y platillo hace unos días, a pocos gusta, se antoja tibio e incompleto, pero tampoco parece haber acuerdo común respecto a lo que debe hacerse ante esta situación. Resulta que el fenómeno económico que ahora se cierne amenazante ante los mexicanos y gran parte del mundo occidentalizado, es incomprensible e inasible mientras no se reconozca la existencia de un poder supranacional que se beneficia con ello. Un poder que se oculta tras la implantación del temor a la pérdida, en el miedo al cambio que ha controlado el inconsciente colectivo de naciones y pueblos. Pero si se observa con detalle, la crisis mundial revela el juego perverso del poder del gran capital que, aliado a gobiernos y actores económicos emana el tradicional somnífero a través de planes y aplicación de recetas tradicionales.
La violencia estructural impuesta por el sistema económico preponderante es omnipresente en la vida cotidiana, pero por lo mismo, invisible para prácticamente todos los habitantes del mundo que ha asumido la cultura occidental. Nos hemos acostumbrado a verdades que el sistema económico preponderante impone como inevitables para mantener el control. Muchas de las distorsiones sociales que padecemos son aceptadas en la cotidianeidad como inevitabilidades de la vida.
En este esquema, inevitable es la pobreza, el pago de intereses, la depredación de la naturaleza, la competencia por los bienes escasos, el tener que ganar a costa de los demás para sobrevivir, el narcotráfico, la acumulación de dinero como fin último del proceso económico. Todo ello es algo tan cierto como lo son, según el dicho popular, la muerte y los impuestos.
Auto impuesto como única opción válida, el sistema económico del capitalismo salvaje se apropia de facto de los bienes públicos y concentra violentamente la riqueza y los recursos que la mayoría de la gente obtiene por su trabajo. Tan eficaz, oculta y oscura es esa violencia que, movidos por esos hilos invisibles, difundimos como válidos los valores de la apropiación, los defendemos y hasta exigimos la aplicación de planes y políticas públicas que los refrendan. Los recursos con los que una sociedad libre podría construirse una vida digna, son engullidos sistemáticamente por un monstruo llamado sistema financiero-monetario. Sobre esta bestia cabalga la camarilla oscura del poder económico mundial, con sus grandes monopolios y algunos gobiernos sumisos y cómplices.
El poder omnímodo del monstruo, aparato del gran capital, ciega a la población que, habiéndosele infundido el apetito del dinero, se le niega periódicamente para mantenerla domada y sumisa. Las crisis por eso son cíclicas, por eso vemos repetirse en la historia moderna de la humanidad, crisis que van y vienen en ciclos recurrentes de veinte y cincuenta años.
No extraña que las famosas 25 acciones anticrisis sean sólo paliativos analgésicos contra los efectos y no sus causas. Los diversos actores económicos y sociales demandan generar inversión y estimular el consumo privado para mantener y fomentar el empleo. Pero no pasará de ser esta inyección de recursos un paliativo mientras continúe vigente la fuga de recursos inter construida en el sistema. Es la fuga que alimenta al monstruo por varios frentes. Por un lado, el oligopolio bancario voraz e irrefrenable succiona, con el beneplácito gubernamental, hasta el último centavo de los bolsillos de incautos usuarios de servicios financieros con el cobro de elevados intereses y comisiones. Por otro lado, el oligopolio mediático televisivo, que engolosina y atrapa con programación estupefaciente que captura el tiempo, la atención y la emoción de los espectadores. Y por un tercer frente, el poder de los consorcios de la producción masiva y el comercio, controla energéticos, desplaza negocios no alineados a su lógica de poder, provoca cierre de empresas y, con ello, desempleo que les abarata la mano de obra.
Lo que en estos días vivimos, no es una crisis económica. Es un nuevo período del proceso de doma a la humanidad para mantenerse fiel al dominio de que ejerce la camarilla financiera global.
Para remontar las adversas condiciones que esta situación impone, no se pueden utilizar los mismos mecanismos que la han creado. Es preciso despertar hacia la conciencia de que el ser humano posee mucho más poder del que nos han hecho creer. Tenemos poder para otorgarnos, con el uso responsable, sustentable, ético, crítico y solidario de los recursos que provee el planeta, una vida digna que no depende del dinero que podamos poseer.
El reto es pensar distinto, es atreverse a usar herramientas y mecanismos económicos distintos a aquellos que nos han hecho pensar que son los únicos. Se requiere adoptar sistemas modernos de trueque y multi-trueque, sistemas basados en monedas libres emitidas por organizaciones sociales y gobiernos locales, con redes de comercialización que eliminen intermediarios, procesos productivos que privilegien el valor agregado local o regional.
La humanidad está frente a la disyuntiva de aceptar esta crisis como un ciclo más o bien de desenmascararla convirtiéndola en una crisis sistémica: que provoque un cambio del propio sistema.