CDMX / Esencias Viajeras - LJA Aguascalientes
09/04/2025

Salgo a media noche del aeropuerto Viru Viru de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, rumbo a mi ciudad natal, a esa urbe que me vio nacer en la Delegación Cuauhtémoc en Tlatelolco hace ya bastantes años, debo confesar que siempre he sentido un orgullo particular por haber nacido en esta tierra milenaria de señoríos, alianzas y tradición indígena, siempre invariablemente gozo y padezco la ciudad, su cultura, su modernidad y vetustez, su avance, su decadencia, sus lujos y miserias, su burda y exquisita contradicción me seducen y enamoran.

Hago estos apuntes mentales mientras espero en la fila para equipar, me informan que por un desajuste de la aerolínea me asignarán en primera clase, internamente suelto una enorme carcajada, pensé dos cosas; nunca fui el primero en nada –ni pretendo serlo- y debido a mi austeridad republicana nunca he viajado en tal condición, resuelvo acatar el azar. Durante el vuelo en la inmensa oscuridad de los cielos sudamericanos, me descubro ansioso por llegar al país, cada kilómetro me acerca a eso que llamamos patria, no se si es un orgullo nacional no sabría definirlo, en mi cabeza resuena “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan a ti”, escrita por Chucho Monge y magistralmente interpretada por Jorge Negrete. Hago escala en Panamá, de nuevo a volar, joven, dijera Cantinflas, y veo el amanecer desde el asiento A1 de una cabina presurizada, sobrevolando el inmenso Mar Pacífico, tiempo después aparecen los volcanes y la cadena de montañas que forman una cuenca en donde desde hace siglos se alojan pueblos, barrios y villas dando origen a una de las ciudades más grandes, complejas y hermosas del mundo.

Debido a la conspiración de factores como el huso horario, la situación atmosférica, la fecha y la festividad de estos días, la contaminación en el gran valle es mínima y la visibilidad es máxima, el paisaje es simplemente espectacular, entusiasmado, pongo a prueba mi adoración por la ciudad y sus iconos arquitectónicos, veo brillar la hermosa cúpula del Palacio de Bellas Artes y cada edificio reconocible, el día es tan diáfano que se alcanza a percibir la ciudad en su íntima inmensidad, embelesado con el juego de reconocer construcciones y zonas, apenas presto atención a la indicación de reclinar asientos y ajustar cinturones para el aterrizaje que sobrevuela con una cercanía pasmosa casas, calles y autos, siento el impacto de las ruedas de goma y aluminio llenas de nitrógeno que friccionan velozmente en suelo mexicano. He vuelto.

Aduana, migración, sello, equipaje, luz verde. Dentro del aeropuerto Benito Juárez, en una maquina expendedora compro una tarjeta de Metrobús, con ella me traslado de la Terminal 1, disfruto del trayecto, sigo en trance, me gusta siempre ver el Palacio de Lecumberri imaginando ahí a Siqueiros luchando, arengando, ideando su polyforum en una caja de zapatos y todas las historias interminables de la penitenciaria convertida en Archivo General de la Nación, paso por el hormiguero que es la TAPO y seguimos por San Lázaro hasta llegar al bullicio y la algarabía matutina de los vendedores del centro, donde la metrópoli cobra vida, color y sabor. Mi cansada mochila de viaje y yo bajamos en la calle República de Argentina esquina Venezuela, justo en la Secretaría de Educación Publica donde se encuentran los murales de Diego Rivera bajo el encargo de José Vasconcelos, la ciudad me recibe con uno de sus mejores hechizos; la cultura, la educación, el arte y la historia arropadas por la arquitectura. Camino asombrado, un vendedor de diarios me revolotea mientras admiro las calles que llevan al epicentro milenario de este lugar; el Templo Mayor, de pronto algo me golpea los sentidos aturdiéndome placenteramente entre olor a copal y tambores ceremoniales mezclados con una melodía de un organillo que inunda el aire “Ya se va el organillero, nadie sabe adónde va; dónde guarda su canción, pobrecito organillero, si el manubrio te cansó, dale vuelta al corazón.” escribiría Agustín Lara.

Llego a mi hospedaje en la calle República de Guatemala No.4 apenas me refresco y olvido que no he dormido en las ultimas veintiocho horas, ajusto las agujetas con la adrenalina por el regreso que sigue narcotizándome. Salgo a caminar. Comencé por Palacio Nacional donde los aires se sienten frescos, renovados, hay algo distinto e intangible en la gente, en los ánimos, una primavera en invierno, paso por el Zócalo adornado de noches buenas, camino por la calle Madero que es un río vibrante de gente, paro obligatoriamente en el Museo de Diseño Mexicano, en la esquina de Isabel la Católica un cartel de gran formato muestra a Tongolele bailando sensualmente con Tin Tan y el nombre de la exposición del Museo del Estanquillo; ¿Actuamos como caballeros o como lo que somos?-El humor en el cine nacional– le hubiera encantado a Carlos Monsiváis, a unos pasos más el Antiguo Palacio de Iturbide presenta una hermosísima exposición fotográfica de Graciela Iturbide, digna heredera de Manuel Álvarez Bravo, paro en la calle Motolinía a comer unos plausibles tacos y tomar una cerveza que me devuelve a la vida para continuar mi recorrido, en la calle Regina disfruto el mural de la familia Burrón de Gabriel Vargas, continuo, llego a la Casa de los Azulejos donde se encuentra un mural de Orozco, aprovecho y paso al baño, la venganza de Moctezuma no se consuma y los taquitos me cayeron bien, llego a la que tal vez es la esquina más concurrida y vibrante de la capital: Eje Central y Av. Juárez, donde emerge la Torre Latinoamericana a pasos del imponente Palacio de Bellas Artes que alberga la exposición “Pequeños mundos” de Vasili Kandinsky y la conmemoración de los 50 años de las Olimpiadas de México 68, me como un esquite en la renovada Alameda Central, paso por el Hemiciclo a Juárez y adentro en la Avenida Paseo de la Reforma, ahí está el Caballito del escultor Sebastián, la Lotería Nacional, en el Senado de la República me detengo lánguidamente en la exposición de fotoperiodismo del diario La Jornada celebrando sus 34 años en 34 imágenes, mientras observo y leo los textos alrededor circulan decenas de bicicletas y monopatines eléctricos que pueden ser utilizados descargando una aplicación, no quiero parar de recorrer esta ciudad, continúo caminando al Monumento a Colón, al Monumento a Cuauhtémoc, la glorieta de La Palma, el icónico Ángel de la Independencia, aquí descanso en las antiguas bancas de piedra para observar una ciudad vibrante y vanguardista, un último aliento me hace seguir para admirar las exquisitas caderas de bronce de la Diana Cazadora, nuevos edificios circundan Torre Mayor, en las rejas de Chapultepec se encuentra una exposición que muestra la belleza del Quetzal -la serpiente emplumada- de Ricky López, llevado de la mano y de la vista por las imágenes continúo el trayecto por las fachadas de los Museos de Arte Moderno, el Rufino Tamayo, el Nacional de Antropología e Historia, donde se exhibe el mítico disco monolítico mexica la Piedra del Sol, por arrojo más emocional que de fuerza física llego hasta el Pabellón Coreano, un lugar único y especial para mí, después me doy un tiempo para observar la entrada de las familias para disfrutar del Cascanueces en el Auditorio Nacional, y en mi enajenación por fin me doy cuenta que he llegado caminando hasta Campo Marte.

Regreso al Centro Histórico por el metro Auditorio en dirección Observatorio, transbordo en Línea 1 y desciendo en Pino Suárez, emerjo a la calle 20 de Noviembre que ya de noche muestra todo el esplendor de los adornos y luces decembrinas.

Regreso tarde a mi hospedaje, duermo tranquilo y contento, esta travesía pedestre sin límite me hará cojear los próximos días, el repique de las campanas me despierta a un nuevo día, recorro la persiana de mi habitación y se asoman las torres de Catedral y el bullicio, pongo en el reproductor un bolerito de los Café Tacvba llamado “Madrugal” que casi como un rezo apunta; “La ciudad de los palacios va dejando paso al alba, se va perdiendo la calma para cuando el sol asoma, todo el esplendor decrece, la gente las calles toma, catedral desaparece entre smog y caca de paloma.”


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