Algo me dejó el pasado Mundial de Rusia, desde los clásicos sueños rotos de ilusión y esperanza cíclicos, hasta las historias de perseverancia y superación también recurrentes, y entre los polos antagónicos del triunfo y el fracaso, decenas de historias e imágenes, recordaré a Ochoa atajando todo lo humanamente posible, la sonrisa pícara del Chucky Lozano después de marcarle a Alemania, la taquicardia de Osorio en la banca, la soberbia atlética de Cristiano con el gol de tiro libre ante España y con poco brillo me vendrá a la cabeza Neymar más preocupado del engaño que del juego y Messi -aquí me gana la idolatría y seré poco objetivo- que no mostró todo lo que ya ha demostrado, poco reproche le puedo hacer a quien ha dado tanto.
Sin embargo y al igual que el esquema del campeonato si tuviera que elegir un momento memorable para salir airoso entre tantos y quedar ahí como único tendría que contraponer en una final los siguientes dos momentos.
Finalista. El gol de Panamá marcado por el capitán Felipe Baloy restando doce minutos para el final del partido donde de un tiro libre cae el gol, él tirándose para rematar casi en el manchón de penal y el balón que entra, él corre a la mitad del campo, sus compañeros se acercan aceleradamente, lo estrechan, pronto es rodeado por todos ellos que se abrazan y celebran entre sí, se palmean la espalda, el técnico “Bolillo” Gómez levanta los brazos al principio tímido, segundos después sonríe francamente y los agita con emoción, los compañeros del banco se levantan y aplauden entusiasmados, alientan a sus compañeros de cancha mientras en la tribuna los aficionados panameños gritan eufóricos el gol, se abrazan, saltan, gritan en un delirio colectivo, han anotado su primer gol en las Copas del Mundo, en lo que es también su primera vez en un Mundial, sonriendo el equipo panameño coloca el balón en el centro del campo para continuar gustosamente el juego, desde ese momento el marcador ya no se movería con seis goles de Inglaterra y uno de Panamá. Ahora por mas que hago memoria no recuerdo ninguno de la media docena de goles ingleses, solo recuerdo la muestra de felicidad del inolvidable gol panameño.
Finalista. A un par de minutos de cumplirse el tiempo reglamentario para el fin del partido en esas últimas exhalaciones donde todo se condensa y puede suceder para esta ocasión esa pequeña rendija es casi inexistente, Francia va arriba por dos goles y si ocurriera algo que les fuera adverso sería un verdadero milagro. Para agravar la situación el equipo uruguayo permite una falta al borde de su área y Griezmann se decide a cobrar el tiro libre directo al arco, hasta aquí todo parecería rutinario, sólo cabría la siempre esperada expectativa del gol en una jugada fantástica para el tercer tanto francés, el gol no ocurre pero se da un milagro. Las cámaras de televisión captan la imagen habitual de la barrera del equipo uruguayo pero rápidamente nos damos cuenta que hay un defensor llorando la derrota prematuramente, en pleno juego, ahí se encuentra José María Giménez con las lágrimas brotando desconsoladamente por lo inevitable, el partido está perdido, apenas puede contener el brote natural de un sentimiento genuino, sin embargo se encuentra estoicamente colocado en la barrera escoltado hombro con hombro por dos de sus compañeros, ahí soporta el agónico tiro errado y los últimos segundos de honda impotencia, de pie, jugando entre sollozos, entregándose aun en el resultado adverso, mostrando una tierna y triste entereza. Minutos después el árbitro silva, Uruguay es eliminado del Mundial.
Campeón. Igual que en las memorias anteriores no habrá aquí un finalista victorioso, un campeón común y tradicional, en estos dos recuerdos se traza el antagonismo, por un lado el gol, la excitación, la idea del triunfo, la euforia, por el otro, las lágrimas, el desconsuelo, la idea del fracaso, el desaliento, sin embargo en ambos casos hay un aproximación, un encuentro transversal que los unifica; el alcance de lo lúdico, la integridad, la conmovedora lucha del esfuerzo y la humildad, el valor de la alegría y la valentía de la dignidad. En ambas historias se perdió el partido, pero en mis recuerdos se venció a la derrota.