Canario / La escuela de los opiliones - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Un árbol de dólar: hace algunos años planté un dólar en mi pequeño jardín. Para sorpresa mía, creció hasta llegar al segundo piso. Siempre creí que los dólares eran plantas pequeñas, arbustos naturales o arbolitos de aspiraciones mínimas. Pura ignorancia. El árbol, más animal que árbol, se esparció caóticamente y ocupó el espacio sin miramientos. Durante los vientos rasgaba las ventanas y en las lluvias coqueteaba con los relámpagos. No sólo era un consuelo (aprendí a relajarme con el patrón de sus sombras), pero también instantes de angustia. A veces me iba a dormir pensando: “cuándo quebrará la casa”. Entonces el dólar empezó a convertirse en parte del ecosistema, venían los pájaros (zanates, garrapateros y gorriones de colores) y las abejas a polinizar sus flores extrañas y peludas. Solía detener el trabajo de la oficina para voltear y mirar la pequeña vida vibrante oculta entre sus ramas. La semana pasada mi esposa ha cortado el árbol. Preguntó si no me molestaba su resolución por mi enfermedad y si no haría una de esas asociaciones chipocludas entre el cuerpo y el árbol desaparecido. Me reí. El cáncer crece de otro modo, quise pensar, aunque no es cierto. No esta vez. No nos deshicimos completamente de él, sólo lo reducimos significativamente de tamaño. Me pregunto cuál será su nuevo desarrollo, sus nuevos planes de caos. Siento al dólar más lejano de mi historia que nunca.

La salud de los enfermos: cuánto está permitido al portador de una enfermedad potencialmente mortal. ¿Es este un pase para arruinar la comodidad de los otros? ¿Y los otros, por qué algunas veces parecen más arruinados que el enfermo, cuando uno nomás está masticando sus cacahuates y esperando las tres horas de quimioterapia? ¿Es, de verdad, el remedio la destrucción del cuerpo? El cáncer no es para tanto, por consideración piensa en los sentimientos de los otros. ¿Ves? Te puedes estar muriendo, pero eso no importa: los otros nunca terminan.

El poeta llamado Canario: en la vida, uno conoce pocos hombres sinceros que no estén preocupados por el intercambio, beneficio y pérdida. Cálculos de palabras y gestos ocurren incluso en las interacciones más triviales. El caballero blanco de Alicia, de lento hablar y caminar pausado, de repente se detiene a tu lado y te dice algo. Te dice la verdad como la interpreta su corazón, lamentando de antemano la brevedad del encuentro (de la vida) y que no se volverán a ver (y aun si nos volvemos a ver, ¿seremos aquellos que se encontraron la primera vez?). Puede ser una verdad demoledora (ay, papá), pero también puede ser una verdad triste o una verdad tonta. Sea como sea, la verdad cimbra. La verdad modifica la percepción, deshace el cúmulo de ideas que utilizamos para ser personas sensatas; la verdad purifica y entonces, durante un brevísimo momento, puedes volar junto al canario.

Los microplásticos: toda el agua embotellada libera pequeñas partículas de plástico en mayor cantidad de la que la buena gente que la embotella y la vende creía al principio. La otra gente, los que hicieron el estudio, todavía no saben el resultado de los microplásticos que navegan en nuestro cuerpo. El agua embotellada es un caballo de Troya.

La muerte roja: he dejado de leer los números que pronostican la enfermedad y la muerte, me he detenido de interpretarlos, porque simplemente es muy cansado y ninguna especulación vale la pena. No sólo el cuerpo es una máquina caprichosa cuyo destino está programado (y ayuda más un cerebro ignorante, feliz), pero la humanidad también es un artificio sobre este planeta y cada uno de sus integrantes, a su modo, un engrane divino. Los pulmones, el cerebro, el corazón, las piernas. Máquinas que funcionan en maravillosa sincronía gracias a las células. Países de gente que ama la vida, vida vibrante que puebla los espacios a gritos y bailes y desfiles y un olvido persistente a la miseria y el arrepentimiento. Las maracas de los microplásticos. Quizás es hora de entender que juntos detendremos el corazón del planeta, o juntos lo haremos florecer hasta convertirlo en el canto de un canario.


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