Algo más de 120 kilómetros es la distancia entre Santiago de Chile y uno de los puertos más enigmáticos y hermosos del continente -sin exageraciones y escrito esto con su debido tiempo para no caer en el momentáneo espejismo seductor de Valparaíso-. Poco más o poco menos de dos horas separan a los santiaguinos del puerto, esto dependiendo la velocidad con la que se maneje, el modelo del automóvil, la pericia del conductor, su demencia al volante o su prudencia, el tráfico de la ruta o cualquier otra variable que afecte esta aproximación, pero en cualquiera de los casos el recorrido es el mismo y la ruta ofrece un paisaje hermoso y único.
Salir de la gran ciudad supone en la mayoría de los casos un alivio, dejar atrás por algunas horas o por algunos días el frenesí que toda gran metrópoli mantiene entre miles de automóviles y millones de personas, la rutina del trabajo, la contaminación y la saturación de los espacios -no tan solo físicos, sino también mentales- el ruido de bocinas y el murmullo incesante de la urbe, aunque me atrevería a decir que Santiago es una de esas ciudades que posee aún lugares y sitios que son verdaderos remansos de paz y tranquilidad que hacen sentir que uno no se encuentra dentro del caos ordenado y estricto que particularmente tiene la capital chilena, sin embargo si uno realmente desea respirar aire fresco y encontrarse con la brisa del mar Pacífico, Valparaíso siempre es una opción atractiva. La ruta es peculiar y particularmente hermosa trazada entre la cadena montañosa de la Cordillera de la Costa donde se aprecia la diversidad del entorno del Valle de Curacaví, un valle de extensos campos frutales que hacen del paisaje un punto imperdible, el valle se caracteriza por sus parronales y sus dulces típicos, así en el camino uno puede adentrarse al Valle de Casablanca mayormente conocido por la gran producción de vino blanco de cepa Sauvignon Blanc y Chardonnay, este lugar se divide en subvalles que forman la llamada Ruta del Vino que debido a sus muy peculiares características climáticas es uno de los lugares más cotizados para el cultivo de plantaciones vitivinícolas, es imprescindible recorrer a pie algunas de las decenas de viñas y tomarse el tiempo para degustar un exquisito vino, acompañado de algún aperitivo que potencie su aroma y sus sabores.
Aunque también en el valle se puede probar la chicha chilena, que si bien se realiza en diversos países y con diferentes frutos aquí la más común es la bebida que resulta del jugo de las uvas o las manzanas, que con el pasar del tiempo y por los efectos de la fermentación logra grados alcohólicos que se mezclan con harina tostada, esta bebida es particularmente popular en la fiestas patrias del 18 de septiembre. La ruta rumbo a Valparaíso ofrece un viaje lleno de singularidades y paisajes entre montañas y parrales.
Llegar a Valpo -como le dicen los chilenos- es un golpe visual inesperado, rápidamente uno siente que se encuentra en un lugar diferente y único, fue el primer puerto comercial del país y uno de los más importantes de Sudamérica, hoy es Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad y sede del Ministerio de Cultura y del Congreso Nacional. Valpo ha crecido espontáneamente entre colinas y cerros -45 cerros-, esto hace que sus empinadas calles se vuelvan laberintos interminables, un recorrido nunca se parece a otro y es fácil reconocer a los porteños porque caminan con la seguridad de saber hacia donde van, en los callejones abundan diversidad de sitios de arte y gastronomía, el dinamismo artístico del puerto se refleja en los muros de sus casas con cientos de grafitis y murales que le dan a las calles el aspecto de un gran museo público y popular, a esto debemos de sumar la arquitectura de la ciudad representada por grandes casonas de madera de principios del siglo pasado -y algunas más antiguas- que dan muestra del esplendor económico que el puerto disfruto dando testimonio de la pujanza de las familias chilenas e inmigrantes europeos que contrasta con la peculiaridad de las pequeñas casas de lo trabajadores de la bahía pintadas con los más diversos colores y hechas también con los más diversos materiales edificadas entre lugares topográficamente imposibles que llenan los cerros de colores y estructuras con el mar Pacífico de fondo. Al recorrer sus calles entre escalones, arte y murales se pueden encontrar sus legendarios funiculares y ascensores de mediados del siglo pasado -hechos de madera y metal- que conforman un medio de transporte cotidiano para miles de porteños, son uno de los grandes atractivos que muestran un patrimonio industrial único en el mundo y dota de un símbolo y un imaginario particular a los habitantes de Valpo, viajar en un funicular en medio de un cerro entre casonas de estilo Art Noveau y casitas de colores mientras se observa el océano es una experiencia inolvidable, mezcla ecléctica entre lo excéntrico, lo precario, la riqueza y las viejas glorias de una ciudad vibrante y que trata de reinventarse en la posmodernidad. Así después de subir a los miradores a observar el atardecer y ver como de apoco la bahía se ilumina con las decenas de embarcaciones de todo tipo, desde pequeñas lanchas de pesca hasta transatlánticos de comercio, buques de la armada naval o barcos de investigación científica sobre la flora y la fauna marítima del lugar, se puede tomar un trolebús o tranvía que conecta con diversos puntos de la ciudad para llegar a uno de sus viejos bares en donde sus habitantes y turistas salen a buscar la noche, lo mismo se encuentra un bar donde se canta tango y se recuerda a Gardel, un lugar de jazz, rock chileno donde suenan a todo volumen Los prisioneros, música popular latinoamericana encabezada por Víctor Jara y Violeta Parra o música experimental electrónica, la diversidad de ritmos, lugares, gastronomía y expresiones culturales está dada por los habitantes porteños acostumbrados a recibir las novedades que trae el mar de diversas partes del mundo.
Entre decenas de sitios a visitar en Valpo, algunos imprescindibles son la casa del poeta Pablo Neruda, La Sebastiana ubicada en pleno cerro y con una arquitectura que recorre cinco niveles y rememora un buque con una vista privilegiada de la bahía, en el Cerro Bellavista se puede recorrer un museo al aire libre entre escaleras y pequeñas callejuelas con sus muros intervenidos por destacados artistas nacionales y locales, que homenajean a sus habitantes legendarios como Salvador Allende o Rubén Darío, si algo se respira en Valparaíso aparte del aire puro es talento y creatividad.
Al seguir caminando por sus cerros uno se mimetiza con el ambiente porteño, se debe visitar la legendaria Plaza de la Victoria la cual debe su nombre en honor del triunfo chileno en la Guerra contra la Confederación Perú-Bolivia en la segunda mitad del Siglo XIX, la plaza tiene un gran monumento dedicado al héroe Arturo Prat y se ha convertido en un centro de reunión social y punto básico del puerto, a unos pasos las embarcaciones se alistan para salir al mar, la vida es intensa pero con la calma que dan las olas y la brisa. Cada cerro contiene sus propias historias ahora instaladas como leyendas, cada calle, callejuela, cada lugar mantiene un encanto peculiar que de día brilla entre la rutina y la cotidianidad y que por las noches se envuelve en un misticismo entre farolas que apenas alumbran y la neblina del puerto. Es complejo escribir sobre Valparaíso, es un lugar mágico y enigmático donde cualquier texto de guía turística o descripción puntual de lugares y sitios simplemente es un reflejo pálido de lo que realmente es, cualquier imagen será apenas un destello de la calidez de su gente, de su espíritu abierto y festivo, de la nostálgica alegría del pasado y la esperanza arrebatada de futuro, tal vez el puerto juegue con esta dualidad a sabiendas que todo lo trae el mar y también el mar todo se lo lleva. Ahí permanece la Joya del Pacífico en una escenografía mágica de identidad, libertad y cultura.