La mayoría de la gente piensa que el diseño
es una chapa, es una simple decoración.
Para mí, nada es más importante en el futuro que el diseño.
El diseño es el alma de todo lo creado por el hombre.
– Steve Jobs
Era fin de siglo y debía decidir mi futuro profesional, no hay nada que aporte mayor presión a un mozalbete adolescente que decidir su “futuro”, y más cuando ese futuro será académico, asumiendo que se elegirá una profesión para desarrollar por el resto de tu vida -al menos así te lo hacen saber y debido a la presión de las sociedades actuales-. Me encontraba en esta situación de “futuro”, debía sentir el “llamado”, la “vocación”, al menos es lo que muchos condicionan para poder elegir una carrera profesional, sin contar los casos de elección por obligación hereditaria, presión paterna, o la estúpida idea de elegir carrera con base en una supuesta proyección de ingresos económicos asegurados por el detonante mediático o empresarial en turno de tal o cual profesión.
Debo confesar que nunca sentí el “llamado”, ni mínimamente, o acudí a un retiro a percibir la vocación, desde ese entonces estos términos me parecían poco confiables y más bien de humor religioso, mi elección pasó por otros canales. Tampoco le voy a vender humo y decir que fue una decisión completamente racional y justificada, que decidí concienzudamente lo que devendría profesionalmente. Cuando lo pienso bien, creo que la elección fue más una exploración, un paso natural, liviano y continuo, que una decisión.
A mi padre -entre tantas cosas invaluables- le debo en mis primeros años haber crecido entre escuadras, escalimetros, reglas T, estilógrafos, compas, lápices con números, lápices de colores, letraset, fijadores, plumillas, pinceles de pelo de marta, godetes, exactos, transportadores, navajas, acuarelas y óleos, todo ello generalmente en un caos ordenado sobre una mesa alta y extraña que de niño era imposible de subir, después esta mesa alta y extraña se volvería una compañera indispensable, aprendería a llamarle restirador.
Restirador de la infancia en donde mi padre trabajaba con una lámpara enfocando el cartel, la revista, la maqueta de la publicación en turno -a esto se le llamaría diseño gráfico- entre papeles de diferentes colores y gramajes, tipografías que se pegaban perfectamente y cangrejos sobre regletas para rotular con estilógrafo. Este es un mundo extinto, los diseñadores veteranos saben de lo que hablo, la computadora ni asomaba por aquellos años, caería como un meteorito que extinguió todo.
Ahí crecí, desde temprana edad entendí que el diseño es comunicar, que de nada sirve si no le sirve al otro, entre historietas infantiles y collages, recortes y fotos, armaba mis propios mundos y expresiones -nada talentoso- las cuales me hacían anunciar alguna idea, estaba absorto en ese mundillo de herramientas, sustituyendo las canicas por plumones, el trompo por escuadras, la tierra por hojas blancas, ensimismado. Así pasaron los años.
Al momento de optar por una profesión, se asumía naturalmente que elegiría el diseño gráfico, sin embargo, no fue así. Quería ser diseñador, no por llamado, vocación o habilidad, simplemente porque era el mundo que conocía y que quería vehementemente seguir explorando, sentía que ni siquiera había cruzado sus horizontes y deseaba transitarlos. Sin embargo, percibía lo visual como algo inherente a mí, mi infancia estuvo llena de imágenes y gráficos, la exploración bidimensional -aunque de manera básica- la había realizado por mucho tiempo, en ese entonces para mi inconsciencia natural no implicaba un reto o descubrimiento, quería explorar la tridimensión, el volumen, las formas, los materiales, conocer nuevas herramientas, ahí encontraría mi pasión.
Cualquier niño crea, construye, arma, desarma y rompe, ya sea con una caja de cartón del cereal que se ha terminado o un palo de madera de una escoba desvencijada, imaginando la nave que va y conquista el espacio o la fortaleza en donde los playmobil se protegen de los tormentos de los luchadores malhechos comprados en el tianguis sabatino, ahí está presente el material, la forma y la función, esto intelectualizado ahora. Pasé la niñez jugando y quería seguir así, lo cual creo hago hasta estos días, para mí el diseño es la prolongación de la infancia.
Pude haberme dedicado a cualquier rama del diseño -en ese entonces no tenía académicamente la diversidad actual y venidera- la cual se resumía en no más de cuatro opciones; grafico, textil, de interiores o industrial.
El diseño gráfico estaba descartado -ya he argumentado el porqué-, posteriormente el diseño textil me seducía sobremanera, me parece que la creación de elementos tan subjetivos y cotidianos que expresen una personalidad como lo es la ropa es una actividad fundamental para la especie, más aún en la generación de tendencias y conceptos, trazos y estampados en telas y materiales. Sin embargo, algo no terminaba por convencerme y prolongue la búsqueda en el diseño de interiores -compañero de la arquitectura- el cual me atraía por el manejo del espacio, las funciones humanas dentro de un ambiente diseñado, de la elección de materiales para crearlos, de las referencias estéticas o artísticas con las que se viste un lugar y todo lo que ello implica. Continué.
Llegue a la última opción, una carrera poco conocida y de bajo perfil, tanto en número de profesionales, como de estudiantes y de reflectores, la cual está enfocada a la producción en serie de objetos prioritariamente utilitarios, aunque también pueden ser ornamentales y lúdicos, de claro carácter industrial y productivo generador de objetos y productos en la sociedad. No me olvido nunca más de aquella frase escrita en el austero tríptico que detallaba el complejo plan de estudios de la carrera que mezclaba diseño con física, artes con matemáticas, geometría con ergonomía, talleres de madera, cerámica, plástico con industria, máquinas y mercado, la frase disiparía cualquier duda y vencería cualquier definición académica de la profesión, la frase sería “diseña desde un clip hasta un automóvil”, abajo se leería; Diseño Industrial. Ahí elegí mi elemento.