Caminando por un estrecho túnel de la alhambra,
se me entrego a mí el hermoso patio de aquel antiguo palacio,
sereno, callado y solitario; contenía exactamente lo que debe
tener un jardín bien logrado, nada menos que el universo entero,
jamás me ha abandonado tan memorable epifanía.
Luis Barragán
El pasado 9 de junio en Moscú el arquitecto mexicano Mario Schjetnan recibió el mayor galardón para arquitectos del paisaje, el premio Sir Geoffrey Jellicoe Award 2015. El premio que por primera vez es otorgado a un arquitecto latinoamericano reconoce cada año a un paisajista que destaque por sus aportaciones y contribuciones mediante su obra a la arquitectura del paisaje, con una alta contribución al medio ambiente y el bienestar social por medio de la construcción de espacios.
Quienes otorgan el reconocimiento son la Federación Internacional de Arquitectos del Paisaje (IFLA por sus siglas en inglés), siendo en esta ocasión entregado de forma peculiar a bordo del barco Radisson-Scarlet mientras navegaba el río Moskova. Es este premio la distinción más alta que un arquitecto paisajista puede recibir, en este caso, para el arquitecto Schjetnan “por sus logros de una vida y sus contribuciones únicas, que han tenido un efecto duradero en el mejoramiento de la vida de la sociedad y del medio ambiente”, según aparece en el premio.
Schjetnan, nacido en la Ciudad de México en 1945, cursó sus estudios de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México -en la legendaria Facultad de Arquitectura, bastión de grandes maestros, cuna de la arquitectura mexicana y semillero inagotable de talento- para después asistir a la Universidad de Berkeley y especializarse en Paisaje y Urbanismo. Esta formación académica y su contacto estrecho con la naturaleza, el campo, las ciudades y las zonas industriales, más la fundación de su despacho arquitectónico Grupo de Diseño Urbano (GDU) y su posterior etapa docente, le dan a Schjetnan una concepción integral en su obra. En ésta son palpables los principios fundantes de la arquitectura del paisaje, el diseño urbano y su integración a la arquitectura, como se describe en la Carta Mexicana de Paisaje, el paisaje es “un bien de interés público que al integrar el ambiente natural y las manifestaciones humanas, sociales y culturales, se constituye en un factor de calidad de vida, fuente de armonía y placer estético”. Schjetnan une, mezcla, integra y concilia los elementos naturales, les devuelve su origen y su carácter de acompañantes del ser humano en el entorno y desata en el paisaje de una exfábrica, un centro industrial, una escuela, una residencia, un parque urbano o una plaza los elementos naturales: la tierra, el agua y la energía -con sus más diversos acompañantes en flora y fauna-.
Esta preocupación de la arquitectura de paisaje por ser sustentable y generar una ética comprometida con el medio ambiente hace de la profesión un punto de conciencia para los retos en la arquitectura y el diseño, sin descontar su marcada carga poética. Como menciona Amaya Larrucea en la revista Bitácora Arquitectura, “La Arquitectura de Paisaje en los 100 años de la UNAM, el reto de diseñar paisaje mexicano” (No.21, México, 2010), el paisaje “no tiene una existencia autónoma porque no es un lugar físico, sino una construcción cultural, una serie de ideas, de sensaciones y sentimientos que surgen de la contemplación sensible del lugar”.
Por ello para Schjetnan la arquitectura del paisaje debe tener un compromiso ético con la naturaleza, el entorno y el ser humano, muestra de este pensamiento está en sus obras -acompañadas por su taller- entre las cuales destacan el Parque Ecológico de Xochimilco, el Centro Médico Nacional Siglo XXI, la rehabilitación del Bosque de Chapultepec, el Parque Union Point en Oakland, el Museo de las Culturas del Norte en Chihuahua, los parques Bicentenario en San Luis Potosí y el Ecológico de Zacatecas, el Centro Cultural Mexiquense así como el Tecnoparque o la Residencia Monterrey.
En cada una de sus anteriores obras el arquitecto muestra la meticulosa planeación del espacio, los juegos de luz, la vegetación, el tránsito, la delimitación de las áreas, la cadencia de los espacios, el diálogo con la naturaleza, el agua como factor clave así como el sincretismo del paisaje mexicano y la funcionalidad según sea el caso, su diseño arquitectónico de los espacios -principalmente exteriores- crea en sí mismo un paisaje.
Para entender -y disfrutar- de su obra es muy recomendable el libro; Mario Schjetnan: Entorno Urbano y Paisaje de la editorial Arquine, donde vemos su trabajo tanto en proyectos de espacio público, urbano y habitacional. Cabe hacer mención que los artículos del libro están escritos por el brasileño Roberto Segre y la argentina Jimena Martignoni, prestigiosos críticos de arquitectura y paisaje. Sin embargo, más allá de los libros y los textos hay que recorrer la obra, vivirla, caminarla, sentirla, contemplarla, por ello hoy esta columna dedicada al arquitecto Schjetnan, ya que su obra me ha acompañado en diferentes etapas de mi vida, fuese siendo un niño jugando en el Parque Tezozomoc en la Ciudad de México, un adolescente divirtiéndose en el Parque El Cedazo en Aguascalientes o un adulto reflexionando en el Parque Bicentenario en la antigua refinería de Pemex en Azcapotzalco, el premio es ése, contribuir a la calidad de vida de las personas y la inserción de la obra en la cotidianidad del hombre.
“Hemos trabajado con la esperanza de que nuestra labor coopere en la gran tarea de dignificar la vida humana por los senderos de la belleza y contribuya a levantar un dique contra el oleaje de deshumanización y vulgaridad.” –Luis Barragán.