Luz, roja es la luz
luz de neón que anuncia el lugar
baile kumbala bal
y adentro la noche es
música y pasión.
Una brisa, una caricia
y en la pista una pareja
se vuelve a enamorar
un sabroso y buen danzón
a media luz el corazón
y en el kumbala
todo es música y pasión.
Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio
(Fragmento de “Kumbala”, El Circo, 1991, CD)
Icono de una fuerza avasallante, icono capaz de desatar pasiones, guerras, alianzas, amores, esperanza, ira, icono precioso si los hay en la historia es la cruz. Desde hace cientos de años la cruz es una representación gráfica sencilla formalmente pero de un contenido complejo y de una construcción semiótica sólida.
Un icono es literalmente una imagen, tiene un significado directo y simbólico, es una imagen simplificada y esquemática. Para el semiólogo Charles S. Peirce (1839-1914), apoyado en la teoría de su maestro Ferdinand de Saussure, el icono mantiene una relación del símbolo con el objeto, el icono denota a su objeto según ciertos caracteres, exista o no ese objeto. Así el icono es una representación de una o varias cualidades del objeto, estableciendo una relación directa con aquello a lo que se refiere, ya sea que se presente en imagen, esquema o metáfora.
La cruz, este icono de debates y complejidades religiosas, históricas y hasta arqueológicas a lo largo de los tiempos se ha construido en diversos materiales; grafito, yeso, piedra, madera dura, mármol, oro, hierro, bronce, plástico, vidrio, pero jamás se había construido este icono en neón, en luz neón.
El neón es la gramática contraria a la cruz, si la muerte de Jesús en la cruz es símbolo de una muerte en sacrificio expiatorio, de salvación y redención, el neón es símbolo de hedonismo, gozo, culpa, pecado y condena.
El neón es aquello propio de la noche y sus bondades, la debilidad por la carne, el cuarto de motel, la publicidad deslumbrante de los bares y los tugurios de mala muerte, la luz titilante de los lugares no santos en donde se va en busca de placer y vicio, la luz de neón llama a los pecadores al pecado, no a la redención. La luz neón invita a perderse en la oscuridad de la noche encontrando donde buscar el desliz. “Si a medianoche, por la carretera que te conté, detrás de una gasolinera donde llené, te hacen un guiño unas bombillas azules, rojas y amarillas, pórtate bien y frena”, escribiera Joaquín Sabina en Una canción para la Magdalena.
El diseñador argentino Roland Shakespear en relación a una larga amistad con un padre irlandés cuenta que lo que los unía principalmente eran los gin-tonic jugando al truco en el patio trasero de la parroquia. El padre sabía que Roland es un hereje pero nunca le importo para tener amistad con él, un cierto día el padre muy preocupado le menciono: –Mira, esa cruz que está arriba de la cúpula de la iglesia no se ve de noche ni tampoco se observa de largas distancias, tengo que instalar una cruz de neón. Roland le replicó con todo respeto; –¡Cura, estás mamado! Roland como diseñador y estudioso de los símbolos y los iconos, los materiales y sus referencias, tenía claro que la cruz de la iglesia y el neón eran incompatibles, sus representaciones eran opuestas, los lugares de uso y sus connotaciones.
Sin embargo pasado el tiempo Shakespear rememora que volviendo de una conferencia y tras la idea de ir a buscar a su viejo amigo el padre irlandés, pidió a otro amigo que lo llevara a la vieja iglesia, el amigo que manejaba el auto sin saber bien a bien la dirección de la parroquia puso en marcha el vehículo. Roland le pregunto como sabia a donde dirigirse si no tenía la dirección exacta del lugar, el amigo le respondió: –Muy sencillo, el punto a donde llegaremos es en donde se encuentra esa cruz celeste de neón, esa cruz brillante indica el lugar. El padre se había salido con la suya.
La cruz está anclada a la memoria colectiva, el icono es tan fuerte que su uso y el pasar del tiempo le aportarán cada vez más cualidades y connotaciones, ya sea que esté en un báculo hecho de oro sólido, en barro o con hoja de palma la cruz es un icono tan potente que admite de todo, incluso la pecaminosa y sórdida luz de neón.