Por Néstor Damián Ortega y Juan Manuel Campos Sandoval
Cuando uno busca tan extremadamente los medios
de hacerse temer, encuentra antes siempre el medio de hacerse odiar
Montesquieu
La primera vez que la vimos, no adivinamos que era mujer. El pelo corto y casi al ras del cráneo, jeans, Adidas y un jersey azul marino, Souad jugaba fútbol con varios “chicos” frente a la cafetería de la Fac. Fue la única que nos dirigió la palabra durante los recesos del primer día de clases porque, habiendo regresado de Madrid a París, trajo consigo dos cosas: las ganas de hablar español y una curiosa forma de socializar forjando “porritos” de tabaco con algo que llamaba “chocolate” pero que no se parecía a ningún derivado del cacao que fuera conocido por nosotros. De silueta fina y casi esquelética, al final de la semana caímos en cuenta de su género cuando ella prefirió cruzar la puerta del baño de las mujeres. Me sentí estúpido e ignorante… por supuesto, fue la primera mujer con el nombre de Souad que conocí en mi vida y no sabía que ese nombre no era masculino, por más que sonora así.
Souad nos enseñó el otro París y la otra banlieue de París. Francesa de origen argelino, pidió un día a su madre nos preparara couscous; nos dijo, después de comer y en francés, que su padre fue médico y que lo habían acribillado en una especie de guerra civil en Argelia; en la cocina, su madre lloraba discretamente.
Podría haber imaginado aquel suburbio en cualquier otro lugar, excepto ahí donde estaba, a media hora de la ciudad luz. Supongo que no quería estar sola y nos llevó, ese fin de semana, a cuidar un edificio junto a sus dos perros especialmente entrenados y “caros de alimentar”; no preguntamos, pero fue fácil saber que la seguridad de inmuebles era el objeto de su trabajo y que, sin él, no podría estudiar ni forjarse porritos de “chocolate”. En el trayecto del RER (Réseau Express Régional), nos confesó que una “chica” no podía vestir como tal en su barrio pero que cubrirse el cuerpo o ponerse un “foulard” en la cabeza no eran tampoco buenas opciones; nos presentó, al salir del tren, a alguien que la esperaba y que era algo así como su novio.
Souad era brillante; una estudiante de élite y una chica sin futuro. Terminado el año escolar, no volví a verla sino hasta siete años después, tirada en una parada de autobús del Boulevard Saint-Germain. No me reconoció. Seguí caminando y recordé sus ojos grandes radiando sus ganas de regresar a España, “là-bas”, donde las cosas eran mejores. Jamás la volví a ver.
El lugar de la muerte de los hermanos Kouachi es altamente simbólico: una imprenta; simbólico porque Charlie Hebdo es, principalmente, un medio impreso aunque fueran el boca-a-boca, los medios audiovisuales, las redes sociales y, en general, los diversos recursos en Internet, los que difundieron la historia, los análisis y los testimonios instantáneamente en Francia y en el mundo; en algunos lugares de oriente, esos mismos medios difundieron también la apología de los asesinatos.
La ultraderecha francesa enarboló casi enseguida hashtags del tipo “Je suis Charles Martel”, aludiendo al vencedor de Poitiers que impidió el paso de los omeyas a Francia en el 732. La contraparte, presuntamente “fundamentalista”, respondió con varios “Je suis Kouachi” que fueron liquidados de manera electrónica rápidamente.
Lo acontecido en París es una desgracia en todos los sentidos y en todos los niveles; no obstante, el fracaso de la Quinta República Francesa en materia de integración social es innegable. El olvidar que los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly eran franceses, educados en escuelas francesas, es caer en la parcialidad y en un fanatismo parecido al que hoy la opinión pública condena.
Se podrá reprobar siempre la intolerancia, el fundamentalismo religioso y el comunitarismo. La respuesta de las masas y de los dirigentes mundiales fue de una magnitud a la altura de los acontecimientos, particularmente, en relación con los asesinatos en la redacción de Charlie Hebdo. En Israel, las víctimas judías de Coulibaly, repatriadas, fueron inhumadas en la más profunda pena.
La marsellesa entonada con fervor (y no abucheada en los estadios), la imagen de la policía francesa fortalecida y la solidaridad mundial patente, preocupa, sin embargo, el constatar la pérdida de sentido en parte de la juventud gala y, en general, en la del occidente. Lo acaecido en París no es un suceso aislado y, fuera de las cuestiones de seguridad nacional y de los servicios de inteligencia, el hecho es que, desde hace varios meses, muchos jóvenes franceses, hombres y mujeres, engrosan las filas de movimientos fundamentalistas islámicos viajando a ciertos países, donde son entrenados en el uso de armas y explosivos. Nuevos jihadistes, algunos han muerto en los conflictos en curso en Siria o Irak. Fascinación por la muerte o comportamiento atípico, se presume hay 150 mexicanos siguiendo estos pasos.
La integración fallida de la descendencia, ahora francesa, de los inmigrantes magrebinos y del África Negra del siglo XX, abre paso a las propuestas de los grupos fundamentalistas religiosos en el siglo XXI. “Liberté, égalité et fraternité”, divisa mancillada igual en el 2015 que durante los episodios parisinos de la guerra de Argelia en 1961 y en el atentado en la estación Saint-Michel en 1995.
Más allá de las caricaturas de Mahoma y del último libro de Michel Houellebecq, “Roman” calificado por la crítica como altamente “islamofóbico”, cabrá preguntarse si la realidad mexicana no ha llevado a la juventud a un vacío similar por otras vías, remuneraciones y razones.
El texto de Juan Manuel Campos para esta columna nos lleva a varias preguntas más que harán fluir la razón sobre los dogmas, y situar la irreverencia como punto mordaz de partida ¿cómo manejarán los gobiernos los estallidos de violencia ideológica, cultural, económica y social?, ¿hay responsabilidad histórica y heridas abiertas que han incubado estos hechos?,
¿la Francia colonialista que dejó países en la ruina tiene autoridad moral para hablar de terrorismo criminal?, ¿el ataque será un nuevo punto de partida para la lucha contra el “terrorismo” en la Unión Europea, sus habitantes y sobre todo sus inmigrantes?