Yo no busco mi salud en la indiferencia.
Lo mejor del hombre es lo que en el hombre se estremece.
Por muy caro que se pague el sentimiento, el hombre sólo
siente a fondo la inmensidad al sentir la emoción
Fausto
Bien apunta el portal web de nuestro diario La Jornada en su estupenda bitácora de fotos en nombrar el año 2014: Luces y sombras de México, más allá de la calidad y ojo crítico que distingue al diario en su fotoperiodismo, el desarrollo cronológico de sus imágenes nos da un respiro antes de volver a asfixiarnos.
El año pasado estuvo marcado a fuego y sangre -literalmente- con su oscuridad en la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y la matanza de Tlatlaya, el desnudo de la corrupción y el cinismo en cualquier esfera del poder político, el avasallante paso neoliberal con las reformas y la represión sistemática del Estado.
Pero siempre hay una luz en el camino de la cultura, la poesía, la literatura y nos dejaron su inmensa obra García Márquez, José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Luis Villoro.
Ahí está marcado el año que no se irá, (no se nos fue el año, se nos queda) ahí está la lucha y la resistencia de un pueblo combativo, las manifestaciones de millones en todo el país con la vanguardia estudiantil y su espíritu rebelde e indomable marchando tras la utopía con el libro bajo el brazo, ahí estuvieron los jóvenes del politécnico dialogando para mejorar su educación y un respiro nos llegó desde Madrid con el Premio Cervantes otorgado a Elena Poniatowska.
En su libro póstumo: Las esencias viajeras (2012), Carlos Monsiváis nos regala un extraordinario capítulo acerca del humanismo en América Latina, de las generaciones concentradas en la recuperación del pensamiento, de la búsqueda de estímulos a contracorriente, la defensa de las humanidades y las artes en medios violentos, conservadores y religiosos.
Monsiváis nos lleva a entender el humanismo como proceso cultural histórico heredado de la mitología grecolatina, de las grandes bibliotecas y sus clásicos, los saberes del Renacimiento, de los cenáculos liberales en defensa de las humanidades, así en el siglo XIX en Alemania, Francia, Inglaterra, Italia y con rastros en América, el humanismo influye en el desarrollo de la educación básica y universitaria, en las cátedras de poesía, gramática, retórica y filosofía moral. En su texto, la presencia histórica y la obra de Goethe es fundamental para entender a toda una generación de intelectuales de finales del siglo XIX y principios del XX en México y Latinoamérica.
Sitúa a J.W. Goethe como la leyenda múltiple (con su libro Fausto como uno de los grandes mitos de la cultura occidental), como arquetipo renacentista al ser novelista, herético, religioso, dibujante, poeta, dramaturgo y teórico del color, claro, afán de no clausurarse en la especialidad así como tampoco en la conformidad intelectual y artística.
Monsiváis nos recuerda el humanismo fundante del Ateneo de la Juventud (1907-1912) en la Ciudad de México como el intento más brillante de autonomía intelectual con los inmensos: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos, Julio Torri y Antonio Caso, entre otros. En su momento, este desconocido y reducido grupo pasa inadvertido, para después convertirse en referente nacional. El grupo toma distancia de la izquierda y de la derecha, se desentienden de sectarismos y con ideas bajadas a la pluma profesan el humanismo como vía cultural, educativa, política y social.
Forjan la literatura como una de las cimas a alcanzar, en donde la tarea más alta es la creación, el conocimiento y la difusión de las obras, desechando la intolerancia sistemática de las sociedades inmóviles al cambio, sean estas de cualquier clase social, “no esperes sino veneno de las aguas estancas”, apuntara William Blake.
Algunos -no siempre pocos- acusan a los intelectuales de buscadores de utopías personales y colectivas, de verdades, de reflejos, que crean, que investigan, que se piensan en una sociedad donde “Todo lo sabemos entre todos”, posición central del humanismo, intelectuales que se encuentran más allá de su tiempo.
Ahí encontramos a Alfonso Reyes dictando reconocer, orientar, organizar la tradición inventándola y fundando en la palabra, reconocer la fuerza de una minoría de escritores y pensadores. Encontramos a Vasconcelos con el humanismo como proyecto educativo incansable en donde vivir es predicar, leer, organizar, alfabetizar, pintar, componer, escribir, admirar y nos dice; ”La ignorancia de un ciudadano debilita a la nación entera y nos debilita a nosotros mismos”.
Monsiváis se pregunta si “¿hay algo más utópico, en el sentido de la fundación de lo imposible, que pregonar el humanismo en el año más cruento de la Revolución?”.
Nos apunta que en los periodos cíclicos de violencia, las sensaciones del exilio interior se asocian al llamado heroísmo intelectual. (La expresión no está de moda, la actitud descrita permanece). Los tiempos de México son diferentes, sin embargo, parece haber un trazo que va uniendo a las generaciones de pensadores comprometidos con su tiempo y su espacio, cada generación hereda el conocimiento y lo enriquece -si es que de verdad está comprometida-. Ahora más que nunca el humanismo de la mano de los imprescindibles deberá darnos la certeza de un camino posible.
Al heroísmo intelectual de Julio Scherer,
un abrazo a los compañeros de Proceso.