De pequeño siempre quise tener un perro, pero mis padres eran pobres y sólo pudieron comprarme una hormiga.
Woody Allen
Un par de día atrás usted ha recibido digámoslo así una cantidad inusual de regalos, presentes y detalles, sólo por el hecho de haber sido Noche Buena, a su vez también ha adquirido o comprado una cantidad inusual de regalos, presentes y detalles para regalar en estas fechas o en pasados días. Esta adquisición variada de objetos es inusual a lo largo del año y su laxa compra sólo es permisible en esta época, las otras fechas podrían ser alguna celebración de carácter social o religioso preciso, sin embargo, no con la cantidad de objetos que se dan y se reciben en alusión a la natividad de cierto personaje.
Esos objetos “nuevos” de los que ahora usted es poseedor gracias a la pareja en turno, el hermano cómodo o incómodo, los padres culpables de que vayamos a psicoanálisis, la tía divorciada, el sobrinito fastidioso y sinfín número de amigos (no los proporcionales a su perfil de Facebook, sino imagínese cuántos regalos recibiría), así como los pequeños objetos regalados por los compañeros de oficina en el intercambio del trabajo con un precio tope acordado por unanimidad para que ninguno regale menos ni regale más, así se asegura que todos se regalen casi la misma basura. Aunque hay personas creativas a nuestro alrededor que de verdad valoran regalarnos algo que nos motive en el mar de “detalles” infumables; desde la taza con gatos vestidos de santa claus hasta los clásicos chocolates dentro de una botella de vidrio.
Pero en este mar de detalles recibidos/otorgados proporcional a su actividad de interacción social y familiar, habrá algunos objetos que usted considere valiosos y con los cuales pueda llegar a tener una relación favorable de uso, de estatus, de significación, ese objeto tendrá características para generar una relación emocional con usted, ya que el gusto por ese regalo en particular es una respuesta más emocional que racional -en la mayoría de los casos-. Sin embargo, como cualquier relación emocional -en este caso con el objeto- pasará por varias etapas y la pregunta es ¿Cuánto durará el placer por ese objeto?
Cuánto durará el placer por ese nuevo traje gris oxford, la loción de actriz, el carrito de control remoto, la cartera de marca, los tacones de diseñador, el conjunto deportivo, el videojuego de moda, la bicicleta de aluminio, el auto de agencia, el perchero de madera, el juego de plumas y abrecarta, el encendedor de cristal, el suéter abrigador o cualquier cosa. A cualquier edad la empatía que tenemos por un objeto atraviesa etapas y éstas determinan qué tan importante será ese objeto material en nuestras vidas. Ese regalo, objeto que es diseño, tiene un ciclo de vida en el que pasa de ser algo deseado, a ser algo sustituido.
En el libro Teoría de los Objetos (Paris, Universitaires, 1972) Abraham Moles, quien se sitúa dentro de una integración de corrientes de investigación de la comunicación y la cultura en las sociedades de consumo, integración cuya finalidad básica es llegar a una visión global del funcionamiento del modelo cultural consolidado en la sociedad capitalista postindustrial, explica la relación de un diseño con el usuario en cinco claras etapas.
El punto de arranque es Desear el Objeto, un deseo consciente, prolongado desde semanas o incluso meses, ya sea por necesidad o por deseo impulsivo. Aquí el paseo por el centro comercial, navegar en la web o dejarse seducir por la publicidad televisiva es el momento de descubrimiento que “eso” existe y que se le quiere poseer.
Ya en mente lo que se desea, se pasa a Querer el Objeto, acudo a comprar aquello tan deseado, tan visto, objeto en el cual he puesto diversas expectativas de índole positivo, lo busco y lo obtengo, el punto de mayor excitación llega al “consumar” la compra, (copulus-compra) al intercambiar mi dinero-tiempo por aquello que quiero, pero prontamente su posesión provoca un placer disminuido o atenuado por el uso, el descubrimiento real de sus defectos y cualidades.
Ahora que lo tengo me Acostumbro al Objeto, ya explorado y poseído retrocede en la escena de lo deseado o lo “nuevo”. Se producirá así una desvalorización de ese objeto, ya que ahora forma parte integra del mundo objetual que me rodea o del estilo de vida, careciendo significativamente de la importancia y la novedad inicial.
En las próximas semanas será común la interacción con ese objeto, el estado de deseo ya es pasado, pues ahora es una pertenencia más en mi mundo material -vasto o básico- lo cual me hace pasar a la etapa de Mantener el Objeto en buen estado, lo cuido, lo limpio y se le otorga una expectativa de vida o de uso según su valor.
Y finalmente la etapa de Reemplazo del Objeto, al haber cumplido con cada una de las anteriores etapas que pueden tardar días, horas o hasta minutos, el individuo emitirá juicios definitivos hacia él, donde determinará por qué hay que buscar uno nuevo y simplemente lo reemplazará. Y ese objeto navideño formará el panteón de objetos inservibles que en esta temporada tanto abundan bajo la justificación de dar algo tangible en un mundo capital y materialista. Será interesante pensar cuántos objetos regalados, recibidos o adquiridos en la Navidad pasada sobreviven en su uso y en nuestro gusto, o bien ¿Cuántos objetos sobrevivirán el desgaste emocional del hombre material navideño?