Nada, nadie. Después de los pavorosos terremotos
del 19 y 20 de septiembre de 1985, en la ciudad de México nada
ni nadie serán nunca más los mismos.
Pánico, desesperación, rabia, impotencia, horror, rescates,
solidaridad, muerte, la megalópolis sembrada
de destrucción por doquier
Poniatowska, Elena (1988) Nada, nadie. Las voces del Temblor, México: Era.
Mi estado de conciencia era muy básico para entender siquiera la magnitud de ese jueves por la mañana de 1985 en la ciudad de México, tres años de edad no daban para tal cosa viviendo en Azcapotzalco a kilómetros del desastre. Las charlas con mis padres, la familia y los mayores me dan cuenta de aquel día. Al crecer la fecha puede pasar como una nota conmemorativa en los medios, pero la memoria es la dignidad de los pueblos y recurrir al poema “Las ruinas de México (Elegía del retorno)” de José Emilio Pacheco, a “No sin nosotros” de Carlos Monsiváis o la fotografía literaria de Poniatowska me hacen entrar en un estado de conciencia para entender ese día.
Ese día la Arquitectura mexicana descubrió entre los escombros su lado más oscuro, su capítulo más triste y vergonzoso, no sé si a los arquitectos de la actualidad se les imparta este capítulo en la materia de “Ética profesional” como lección nefasta de una mala práctica de la profesión, la arquitectura cobró vidas y la profesión tiene que hacerse cargo. El centro de la ciudad de México fue devastado por un terremoto de 7.3 grados en la escala de Richter -sería el primero de dos- en aproximadamente una superficie de 800 kilómetros cuadrados. Las consecuencias fueron inimaginables; se destruyeron alrededor de 250 edificios, cientos más quedaron en riesgo de desplome, miles de viviendas inutilizables y miles de capitalinos bajo los escombros.
Y ahí estaban los restos de una arquitectura negligente y podrida, ahí estaba en ruinas el Hospital General de México, la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, el multifamiliar Juárez, Televicentro, el conjunto Pino Suárez, el Centro Médico, la Secretaría de Comercio, el Hotel Regis, viviendas de interés social, edificaciones que fueron concebidas por el Estado para brindar un techo o un servicio público se hicieron pedazos por la intensidad telúrica de la corrupción.
La tierra se cimbró y dejó al descubierto la mala práctica de arquitectos, contratistas, ingenieros civiles, constructoras, el fraude de materiales, el ahorro en materias primas de baja calidad, la nula especificación y cumplimiento de las normativas de construcción, la expedición de licencias para la edificación con base en el compadrazgo, al “contacto”, a la licitación amañada, a la deficiente planeación y revisión de las obras solapadas y promovidas por un gobierno corrupto que no sabría cómo manejar la contingencia y el desastre. Porque en este país el fraude sólo asoma hasta que cuesta vidas o hasta que cuesta votos. El gobierno de Miguel de la Madrid no apareció, no apareció sonriente y reluciente como en la portada del Time años antes -costumbre que sigue hasta nuestros días-, no aparecieron los que mandaban, permanecieron ahí detrás de las nubes de polvo, el olor a muerte y los escombros. Y entonces ante la inoperancia de un gobierno y de un estado nulificado apareció el pueblo y formuló la teoría de poder ejercer organizadamente su propio destino aún en estado de shock, generando la acción cívica ante la ineficacia gubernamental, abandonando el individualismo y sumando a la colectividad activa y dejando al descubierto que bajo los escombros estaban uno de los más grandes fracasos del PRI, cobrando vidas bajo el halo de la corrupción, pilar fundamental en la construcción del partido y cimiento estructural vital hasta el día de hoy para sostenerlo.
Dónde quedó el Establishment, los altos funcionarios, las grandes secretarias, con sus sub-secretarias, no aparecieron, al contrario, apareció la dignidad presidencial negándose a la ayuda internacional y entonces así apareció el pueblo quien literalmente con las manos quitó piedras, escombros, varillas retorcidas, cemento, toneladas de hormigón, para rescatar a otro mexicano, a otro nadie de su pueblo. Todo esto se resume en la respuesta de Plácido Domingo a Jacobo Zabludovsky cuando éste le preguntó si no temía que el polvo y el cascajo le arruinaran la voz; “Lo que me importa es que los cuerpos se rescaten con dignidad”, contestaría ayudando a los rescatistas en Tlatelolco.
La gente después de los dos sismos, tomó las calles como su refugio natural, con sus nulas pertenencias que mostraban la precariedad de la falta de empleo y de desarrollo, era el inicio del neoliberalismo, y ahí se llenaron los parques, los camellones, los jardines, las plazas, la arquitectura de recreación era tomada ante el desplome de la arquitectura para vivienda. Y ahí estaba la ciudad de los palacios con un olor nauseabundo, un olor a muerte y a desesperación, ahí estaba el Parque Delta del Seguro Social ya no como un campo de beisbol sino como una morgue gigantesca en donde peregrinaban miles de personas en el calvario de identificar un cuerpo, el cuerpo del ser querido. Y ahí el pueblo en su propio dolor y pérdida auto-gestionó brigadas de rescate, de ayuda, ahí estaban los obreros, las amas de casa, las costureras, los oficinistas, los maestros, los estudiantes de los CCH, los del Poli, ahí estaban los de la UNAM, estudiantes de medicina, ciencias, ingenierías y arquitectura viendo lo que la ambición, la negligencia y la corrupción le pueden hacer a una sociedad civil y a una ciudad, aunque ésta sea la más grande del mundo, aun con todo en contra lograron rescatar cuatro mil cien personas, entre ellas recién nacidos de los hospitales públicos.
En los días venideros la lucha de las cifras sería un tema de estado, el gobierno daba una cifra de seis o siete mil muertos, la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) registró 26 mil muertos.
La impunidad se quedó bajo los escombros, aún con evidencias de una mala práctica arquitectónica y gubernamental, no se abrió ninguna clase de proceso penal ni expediente, las compañías constructoras, los arquitectos e ingenieros civiles siguieron edificando, el gobierno y la compañía constructora estatal (CAPFCE) quien se encargaba de la construcción de escuelas y planteles educativos que resultaron dañados o destruidos con estudiantes muertos no dieron la más mínima explicación, al contrario, a miles de damnificados la soberbia del estado les negó una casa popular en su viejo barrio para dar paso a nuevos condóminos y a ellos reasignarlos en las periferias.
La memoria no se cubre de polvo ni de escombros, el dolor reaparece y queda ahí en una triste estampa, la responsabilidad debe ser asumida sea Septiembre del 85 o del 2014.
Para todas las víctimas y sus familias, en especial para las
costureras del Centro Histórico y para Evangelina Corona Cadena.