Santos y Diablitos (Colombia decide) / H+D - LJA Aguascalientes
28/01/2025

Yo no soy un hombre, soy un pueblo

El pueblo es superior a sus dirigentes

Jorge Eliécer Gaitán

Las anteriores frases aparecen en los billetes de 1000 pesos del Banco de la República de Colombia (en el anverso para ser precisos) en la parte frontal aparece el rostro de Eliécer Gaitán en primer plano y en segundo plano aparece en multitud el pueblo colombiano donde se agrupan hombres y mujeres. El billete de mil pesos es tal vez el de mayor circulación en Colombia, para ejemplificar lo común de su uso el pasaje del transporte Transmilenio en Bogotá cuesta 1400 pesos (un poco más de 9 pesos mexicanos). Al igual que todo colombiano carga un billete de estos, de igual manera cargará la decisión de los días venideros.

El pasado domingo 25 de Mayo (por cierto fiesta de la patria en Argentina) hubo elecciones en Colombia para elegir Presidente de la República, sin embargo al no definirse una ventaja mayor al 50 por ciento de los votos para cualquier candidato se realizará una segunda vuelta la cual sólo disputan los dos candidatos con mayor intención de voto, un Ballottage; el cual radica en que para acceder al cargo público es necesario obtener más de la mitad de los votos emitidos. Los candidatos a enfrentar la segunda y definitiva vuelta el próximo 15 de Julio son Óscar Iván Zuluaga del Partido del Centro Democrático y el actual presidente Juan Manuel Santos del Partido Social de Unidad Nacional. Zuluaga obtuvo un 29.26 por ciento de los votos y Santos un 25.67 por ciento. Destacó el nivel de abstencionismo que llegó al 59.93 por ciento, dato no menos relevante.

Ambos candidatos son viejos conocidos -antiguos compañeros de gabinete del expresidente Álvaro Uribe- proponen un mismo modelo socioeconómico de país, ambos son partidarios del libre mercado, la unión estratégica con los Estados Unidos, no se caracterizan por propuestas de igualdad social, con campañas marcadas por crecientes escándalos y escaso debate de las ideas, pero hay un punto vital para el pueblo colombiano que los diferencia, un único punto pero el más valioso: su enfoque hacia el conflicto con la guerrilla. Están en juego dos recetas casi opuestas sobre cómo poner fin a cinco décadas de conflicto que ha dejado más de 200 mil muertos, millones de desplazados, cientos de atentados y secuestros. La televisora Telesur en su cobertura especial del domingo pasado titulaba “Colombia decide: entre la paz y la guerra”.

Zuluaga, un exministro de Hacienda de 55 años de edad, consiguió un vertiginoso ascenso en las encuestas al final de la campaña, pese a un escándalo que lo salpicó por sus presuntos nexos con un detenido hacker acusado de sabotear y realizar intercepciones ilegales en la negociación de paz entre el gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Derechista, delfín político del impresentable Uribe, ha llevado un discurso reaccionario en contra de las negociaciones de paz y ha capitalizado las dudas de muchos colombianos. Amenaza con terminar de tajo con la negociación porque, menciona, los rebeldes no deben tener concesiones.

Santos, heredó la presidencia de Álvaro Uribe -principal opositor de las negociaciones de paz-, de quien fue ministro de defensa (y desde donde ambos situaron a Colombia como un país ultraderecha y servil a los interés Norteamericanos), meses más tarde de asumir el cargo marcó una mediática distancia, en pasados días durante los debates electorales, expresó que entre otras razones, los múltiples señalamientos a Uribe de vínculos con paramilitares, pesaron para tomar distancia. El gobierno de Santos -derechista también, pero “moderado” si se me permite el término, centro, dicen algunos- inició desde noviembre de 2012 en la Habana, Cuba, las negociaciones de paz con las FARC. La guerrilla (la más longeva en Latinoamérica al cumplir cincuenta años) y el gobierno de Santos han logrado hasta ahora consensuar tres de los seis puntos de la agenda de paz.

En un video divulgado desde la selva, el máximo líder de la guerrilla, Timoleón Jiménez, justificó la lucha insurgente y afirmó: continuará lo que sea “necesario” si la oligarquía insiste de nuevo en impedir la paz, estamos en La Habana porque soñamos con una paz efectiva. Mientras Santos manifestó su intención de acelerar las negociaciones, hasta ahora se han consensuado la problemática agraria (origen del conflicto), la participación política de la guerrilla y los puntos referentes al narcotráfico que se cerraron desde hace más de dos semanas y donde hasta ahora no hay fecha de reanudación, quedando pendientes el abandono de las ramas, la reparación a las víctimas y las formas para refrendar un eventual acuerdo de paz.


Habrá que esperar el destino de los colombianos en las próximas semanas, también si se repetirá la tregua y el cese del fuego unilateral de las FARP y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) realizado con el fin de votar en un ambiente de paz y tranquilidad por primera vez en décadas y que concluyó anteayer a medianoche. Santos y su gobierno hablaron mucho de la eficiencia de las Fuerzas Armadas para el clima electoral de paz, sin hacer referencia a la disponibilidad de las guerrillas, omisión característica también de su gobierno. A Colombia le esperan tiempos de lucha o negociación, en un país donde su clase política la hundió en el caos infernal de la violencia y que ahora trata de sacar por la vía del diálogo, la sociedad polarizada se divide entre el bienestar económico, el confort y la comodidad urbana y por otra parte la violencia, el paramilitarismo, y la extrema pobreza periférica a las urbes. Zuluaga advirtió que, de ser presidente, decretará una suspensión de los diálogos en La Habana o daría continuidad a ellos bajo las condicionantes de cese al fuego de la guerrilla y cárcel para sus líderes. Santos, por su parte, muestra la esperanza de convertirse en el hombre que firme un acuerdo de paz. Los escenarios están puestos, los argumentos también, ahora el pueblo colombiano deberá determinar un camino por el cual transitará durante los próximos años en los cuales por el bien de Latinoamérica se silencien los fusiles.


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